El ser humano es un ser social por naturaleza que necesita a los demás para sobrevivir. Así, los recién nacidos, precisan de una vinculación especial con sus congéneres para su supervivencia. Esta vinculación especial y afectiva que se afianza entre el bebé y uno o unos pocos adultos que le cuidan, es lo que se denomina como apego. Gracias al vínculo que se establece entre ambos, el niño puede mantenerse con vida, pues es un ser indefenso que necesita el respaldo de los adultos para crecer y desarrollarse.

La teoría del apego fue elaborada por J. Bowlby, psicólogo que inició la investigaciones al respecto y desarrollada por M. Ainsworth psicóloga que continuó, posteriormente, las investigaciones iniciales. Dicha teoría muestra que existen varios tipos de vinculación afectiva que pueden establecerse entre el niño y el adulto. Estos son: apego seguro, apego inseguro ambivalente, apego evitativo y apego desorganizado.

 Un infante con apego seguro es capaz de explorar el entorno aun cuando el adulto, al que está vinculado, se aleje. Son niños que suelen cooperar y demostrar poca agresividad. La relación con los padres es íntima y relajada pues se basa en la confianza. Por otro lado, un niño que muestra apego inseguro ambivalente, es un niño que se relaciona de una forma peculiar con el adulto, con conductas de aproximación y al mismo tiempo de rechazo (ambivalencia). Si la persona con la que mantiene el vínculo de apego se aleja, el niño llora constantemente, no parece tener consuelo. Cuando esta vuelve, el infante se acerca pero castigándole, buscando su contacto a la misma vez que rechazándolo y enfadándose. Se muestran dependientes y con baja autonomía. Por su parte, un niño con apego inseguro evitativo mantiene una conducta impasible si el adulto se aleja. La separación le es indiferente, ya que rara vez llora si este se marcha. Cuando vuelve, el niño no lo mira, e incluso lo evita y/o ignora. Mantienen una frialdad afectiva no saludable. Y por último, los niños que manifiestan apego desorganizado son infantes que provienen de familias desestructuradas. Estos muestran comportamientos contradictorios e inconsistentes. Pueden realizar movimientos repetitivos de balanceo o posturas extravagantes, incluso llegar a manifestar miedo hacia sus progenitores.

La vinculación más sana es el apego seguro pero ¿qué necesitamos para establecer una vinculación afectiva segura? Dos son los elementos necesarios: una familia que cuide de su hijo y un sistema que proteja a la familia.

Para que un estilo de apego seguro se afiance, el niño necesita de sus progenitores los siguientes ingredientes: cuidados incondicionales, un estilo educativo que conjugue el afecto con la directividad no autoritaria (firmeza, amor y autonomía) y suficientes recursos económicos para conferirle alimento y seguridad. A la vez, la familia necesita un sistema social que garantice su respaldo en el ámbito sanitario, educativo, social y laboral como una mejor cobertura en la conciliación laboral y familiar, una educación y sanidad pública y puestos de trabajo no precarizados.

Una vinculación afectiva basada en un apego seguro requiere, pues, tanto de una familia que planifique y se esfuerce a la hora de atender, cuidar y educar a su hijo, como un sistema que les respalde y proteja.