Cueva de Altamira. | L. O.

Un metaanálisis exhaustivo de investigaciones anteriores ha encontrado que, en general, los niños de 1 a 8 años tienen menos probabilidades de entender los libros ilustrados cuando leen la versión digital, en comparación con la impresa. Sin embargo, cuando los libros de imágenes digitales contienen las mejoras adecuadas que refuerzan el contenido de la historia, superan a sus homólogos impresos, según publican en Review of Educational Research, una revista revisada por pares de la Asociación Americana de Investigación Educativa.

Las autoras Natalia Kucirkova, de la Universidad de Stavanger (Noruega) y The Open University en Reino Unido, y May Irene Furenes y Adriana G. Bus, de la Universidad de Stavanger, analizaron los resultados de 39 estudios que incluyeron un total de 1.812 niños entre las edades de 1 y 8 años.

Para su análisis, los autores compararon la comprensión de cuentos de los niños y el aprendizaje de vocabulario cuando leían un libro en papel versus en la pantalla, y evaluaron los efectos de las mejoras relacionadas con la historia en libros digitales, la presencia de un diccionario y la función de apoyo de adultos. La mayor parte de los estudios se realizaron entre 2010 y 2019 y, en su mayor parte, en los últimos cuatro años de ese lapso de tiempo.

«La amplia disponibilidad de opciones de lectura digital y la rica tradición de los libros impresos para niños plantean la pregunta de qué formato de lectura es más adecuado para el aprendizaje de los lectores jóvenes», explica Kucirkova, profesora de desarrollo de la primera infancia en la Universidad de Stavanger y The Open University.

«Descubrimos que cuando las versiones impresa y digital de un libro son prácticamente iguales y solo difieren en la voz en off o la impresión resaltada como características adicionales en el libro digital, la impresión supera a la digital», añade.

Los autores encontraron que el dispositivo digital en sí y, a veces, las mejoras digitales que no están alineadas con el contenido de la historia, como un diccionario, interfieren con la comprensión de la historia de los niños.

Cuando las mejoras digitales se diseñan para aumentar la capacidad de los niños de entender la narración los libros digitales superan a los libros impresos en la comprensión.

La cueva de Altamira es una cavidad natural en la roca en la que se conserva uno de los ciclos pictóricos y artísticos más importantes de la prehistoria.​ Forma parte del conjunto cueva de Altamira y arte rupestre paleolítico de la cornisa cantábrica, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco.​ Está situada en el municipio español de Santillana del Mar, Cantabria, a unos dos kilómetros del centro urbano, en un prado del que tomó el nombre.

Desde su descubrimiento en 1868 por Modesto Cubillas y su posterior estudio por Marcelino Sanz de Sautuola, ha sido excavada y estudiada por los principales prehistoriadores de cada una de las épocas una vez que fue admitida su pertenencia al Paleolítico.

Las pinturas y grabados de la cueva pertenecen a los períodos Magdaleniense y Solutrense principalmente y, algunos otros, al Gravetiense y al comienzo del Auriñaciense, esto último según pruebas utilizando series de uranio.

De esta forma se puede asegurar que la cueva fue utilizada durante varios periodos, sumando 22.000 años de ocupación, desde hace unos 35.600 hasta hace 13.000 años, cuando la entrada principal de la cueva quedó sellada por un derrumbe, todos dentro del Paleolítico superior.​

El estilo de gran parte de sus obras se enmarca en la denominada ‘Escuela franco-cantábrica’, caracterizada por el realismo de las figuras representadas. Contiene pinturas polícromas, grabados, pinturas negras, rojas y ocres que representan animales, figuras antropomorfas, dibujos abstractos y no figurativos.​

En cuanto a su techo de los polícromos ha recibido calificativos como ‘Capilla Sixtina del arte rupestre’.