Las sílfides son unos seres que viven en el aire, en los bosques y en los campos. Tienen unas alitas transparentes y vuelan entre la luz y los rayos del sol. Ahora bien, si un día llueve, caen al suelo y no vuelven a levantarse hasta que sus alas se secan.

Una vez, en una tormenta de otoño, muchas de estas sílfides del aire perdieron sus alas: con el agua y el viento que soplaba, se deshicieron. Y luego con la lluvia torrencial, y en forma de gotitas, se precipitaron en una alta montaña y fueron deslizándose por las grietas hasta el interior de la tierra. Estaban tan cansadas que se durmieron. Y entonces, se olvidaron de todo lo que habían conocido anteriormente.

Cuando se despertaron, no podían ver dónde estaban ya que la oscuridad invadía el lugar.

- ¿Dónde estamos? - se preguntaban inquietas.

Y de repente, una voz muy alegre les dijo:

- (€) ¡Yo sé de dónde venís! - dijo la pequeña ondina -. Habéis caído del cielo. A lo mejor ahora lo habéis olvidado, pero algún día lo recordaréis.

- Y ahora venid conmigo. Vosotras me llevaréis sobre mi hoja de rosal por los sitios más escondidos de esta gran montaña. ¡Os lo quiero enseñar todo!

Deslizándose por las rocas, llegaron a una cueva donde una cantidad enorme de gnomos trabajaban las piedras: las cortaban, las afilaban, las abrillantaban.

Los cristales de colores relucían entre las rocas como las flores en medio de un prado. Los gnomos, amablemente, les invitaron a degustar todas las piedras, y ellas, muy sorprendidas, así lo hicieron. Una de las gotas probó una piedra rosa que tenía un sabor dulce y suave.

- Esto es cuarzo rosa -explicó el pequeño gnomo.

- ¿Y cuál es aquella? ¡Sabe a pera! -le dijo otra gota.

- No es nada extraño -respondió el gnomo. Es pirita y contiene hierro y azufre.

Los cristales de roca resplandecían como flores de plata y aunque eran más duros que las nueces tenían un sabor muy dulce. ¡Las ágatas también eran muy buenas! Y de esta manera las gotitas de agua iban recibiendo los dones de todas las piedras e iban adquiriendo el sentido del gusto.

Más tarde reanudaron su camino hasta que se detuvieron en otra gran cueva que se adentraba en las profundidades de la montaña. Allí, debajo de la tierra, vivían y trabajaban muchas ondinas y muchos gnomos. Las gotitas miraban impresionadas las grandes placas de pizarra llenas de los mejores dibujos de flores que jamás habían visto.

(€) A otro lado, había un grupo sentado de silfos y sílfides. Estaban muy atentos porque un gnomo les leía un gran libro de piedra. Las gotitas se maravillaban cada vez más: ¡los gnomos podían leer y entender las piedras!

(€) Y con la ondina fueron subiendo por el musgo y las piedras hasta una de las grietas que comunicaba con la luz exterior. Allí se reunieron otros seres que querían salir: silfos, ondinas€

Esperaban en grupo como lo hacen todos los pájaros en otoño antes de emprender su vuelo. Y luego llegó el viejo gnomo con la llave y abrió la pequeña puerta. Había llegado el momento. Las gotitas de agua, muy agradecidas con el gnomo se preparaban para salir cuando éste les dijo:

-Aquí en la montaña habéis aprendido muchas cosas y también aprenderéis muchas en el exterior. Yo me quedo aquí pero el año que viene podéis regresar y explicarme todo lo que habéis visto y aprendido.

(€) El agua que se había formado con todas las gotitas juntas salía de la roca en forma de fuente. Primero se acumuló en un pequeño estanque donde se reflejaban el cielo y los árboles.

Desde todos sitios saludaban a nuestras gotitas.

- ¡Por fin estáis aquí! ¡Ahora podremos empezar a crecer! -dijeron las plantas.

(€) ¡Y no os podéis imaginar qué vieron nuestras gotitas!