Tanto en verano como en invierno, en primavera como en otoño, Allumette se vestía con harapos.

No tenía ni casa ni familia.

Allumette se alimentaba de desechos que encontraba en los cubos de la basura, se refugiaba en portales y dormía en coches abandonados.

Se ganaba la vida vagando por la ciudad, vendiendo cerillas que nadie quería.

-¡Mira esa niña! -podría decir cualquiera- ¿Por qué no venderá flores o mecheros?

¡Cerillas! ¿Quién necesita cerillas?

El invierno llegó a la ciudad y con él, la Navidad. Las calles, adornadas con guirnaldas y ángeles de cartón se encontraban muy animadas y llenas de gente que compraba y vendía regalos navideños.

Se escuchaba música de órgano, y un hombre disfrazado de Papá Noel hacía sonar su campana. La multitud, abrigada con ropa de lana y de piel, paseaba feliz, ignorando a la pobre Allumette.

Se hizo tarde y las calles se vaciaron. Hambrienta, fatigada y con los pies helados, Allumette se detuvo frente a una pastelería. Pegó su pequeña nariz al escaparate para admirar los pasteles expuestos. Pero no por mucho tiempo€El panadero Monsieur Lacroute, salió corriendo y soltando un torrente de insultos:

-¡Sal de aquí, gusano, que manchas mi cristalera y llenas de babas mi acera! ¡Lárgate escoria, o te aplastaré con mi rodillo!

Aterrorizada, la pobre niña huyó apresurada hacia la oscuridad.

Allumette se refugió en un edificio en obras y prendió una hoguera con su última cerilla. El fuego, caliente y luminoso, hizo que se sintiese mejor. Pero no por mucho tiempo€

De repente, rompieron el silencio unas sirenas que parecían alaridos. Llegaban los bomberos para apagar el fuego. Allumette huyó de nuevo, y su delgada sombra desapareció en la noche.

Muerta de hambre, Allumette no llegó muy lejos.

Su esquelético cuerpo, agotado, se estaba quedando sin fuerzas. Sin aliento, temblando, demasiado débil para caminar, se derrumbó en la calzada.

«¡Oh, no! ¿Y si esto es el fin?». Pensó Allumette.

-Por favor, quiero vivir un poco más, el tiempo suficiente para saborear un pastel o apenas una loncha de pavo o de jamón.

Cómo me gustaría que alguien me escuchara. Por favor, ¡que alguien me escuche!

Las campanas resonaban anunciando la medianoche cuando, de repente, un destello y un trueno sacaron a Allumette de su aturdimiento.