Opinión | Desde mi picoesquina
Vito Quiles y Luis Alvise, discípulos del trumpismo
Vito Quiles existe porque el periodismo, como servicio público, ha sido desmantelado

Alvise Pérez (izquierda), líder de la agrupación Se acabó la fiesta, junto al comunicador Vito Quiles / @VitoQuiles
Sorprende la facilidad con la que el ultraderechista Vito Quiles ha venido desfilando en días pasados por los campus de varias universidades. Los rectores (el de la Universidad Pablo Olavide, de Sevilla, según denunciaba recientemente en TVE el tertuliano Javier Aroca, ha sido incluso amenazado de muerte) carecen de competencias de orden público para impedir el acceso de este provocador a los recintos universitarios, pero sí pueden reclamar la presencia policial para que en ellos no se celebren actos contrarios a los más elementales principios democráticos. A este respecto, sorprende la pasividad e incluso la ‘confraternización’ observada por algunos agentes de la autoridad (no tuvieron el mismo comportamiento con los obreros del metal en huelga de Cádiz) con quien, como si de un artista circense se tratara y al más puro estilo Charlie Kirk, está aprovechando sus giras ultras para alimentar la ya de por sí activa llama de la polarización política.
Vito Quiles, que trabajó para Javier Negre en Estado de alarma como luego veremos, reventó ruedas de prensa en el Congreso y se presentó en la lista europea de Se acabó la fiesta, de Alvise, aunque éste niega que sea su jefe de prensa. Sus actuaciones callejeras vienen provocando, como no podía ser menos, el enfrentamiento entre sus simpatizantes y jóvenes antifascistas. Los primeros, con edades muy alejadas de los mensajes y consignas fascistas coreadas en los lugares de reunión y adornados con la ‘bandera del pollo’, nos retrotraen a tiempos que creíamos ya superados, alabando a figuras como Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera y entonando el Cara al Sol.
La actividad desarrollada por Vito Quiles, que se presenta como periodista y está acreditado como tal en el Parlamento español, no viene siendo sino propaganda reaccionaria financiada para socavar la democracia desde dentro, pues parece claro que la función del periodismo, en un sistema democrático, es ofrecer información veraz y verificable. Empero, este individuo viene amparándose en la libertad de prensa para destruirla. Una acreditación parlamentaria no debe suponer carta libre para la infiltración del acoso y el odio en los espacios institucionales; el periodista ha de ser un mediador entre los hechos que describe y la ciudadanía que los recibe e interpreta, pero Quiles, superando con ello al propagador de bulos Eduardo Inda, pervierte el recurso de la pluralidad ideológica.
Quiles y su ‘colega’ Luis Alvise Pérez forman parte de una estrategia internacional de erosión democrática, que bebe en las fuentes de Donald Trump, con ‘insignes’ lacayos como Steve Bannon, el asesinado Charlie Kirk y el últimamente eufórico Javier Milei, personajes que inoculan el odio y el resentimiento, fabricando enemigos: migrantes, las feministas, los rojos… Sus acciones, además, no se dirigen a informar, sino a desmovilizar.
Vito Quiles y Luis Alvise (este último ofreció en su día encabezar la candidatura de Se Acabó la Fiesta al exfundador de Vox, Espinosa de los Monteros) son un claro síntoma de una democracia que retrocede. Como algún columnista repetía hace unos días, «si un Parlamento permite que un agitador disfrazado de reportero convierta su sala de prensa en una extensión del plató de Javier Negre [ fundador del medio digital Estado de Alarma TV, un canal de YouTube desde donde emite contenido crítico contra el gobierno y los medios tradicionales] es que algo esencial ha fracasado en el sistema de garantías democráticas».
Vito Quiles existe porque el periodismo, como servicio público, ha sido desmantelado. Y lo peligroso, además, es que la permisividad que otorgamos a estos individuos y el blanqueamiento de sus actuaciones suponen, de alguna manera, avalar la banalización del fascismo posmoderno, pues sus pullas son lanzadas contra personajes públicos: ministras (sobre todo) y ministros, periodistas, mujeres progresistas… Alguien ha afirmado, y con razón, que, como ya ocurriera en Brasil o Hungría, «la legitimación de estos perfiles mediáticos precede al colapso de la legalidad democrática […] cuando la mentira organizada sustituye a la información pública, el insulto se disfraza de opinión y el fascismo se acomoda en los asientos del Congreso no con botas, sino con acreditación de prensa».
Los hechos hasta aquí descritos serían motivo suficiente en una democracia que se precie de serlo para retirarle la acreditación como periodista parlamentario al citado individuo. La Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP) y otros medios progresistas esgrimen razones de peso (algunas de las cuales ya he expuesto arriba), que voy a relacionar sintéticamente.
Vito Quiles se ha destacado en su labor de insultos y acoso a periodistas, lo que está provocando un clima de constante intimidación en el Congreso, además de que ha llegado a amenazar con la publicación de datos personales de otros periodistas, profesionales y figuras públicas.
Quiles está siendo investigado por un juzgado de Sevilla por delitos de injurias y calumnias, por lo que esta investigación, de carácter penal, no sólo debilita aún más su posición como periodista acreditado en el Congreso, sino también la imagen misma de la profesión periodística en su conjunto.
Este provocador ha utilizado las redes sociales y su presencia en la Cámara baja para difundir discursos de odio dirigidos contra colectivos vulnerables, como inmigrantes, mujeres y personas LGTBIQ+, además de protagonizar episodios de hostigamiento a diputados-as.
Estos comportamientos nos recuerdan bastante a los exhibidos frecuentemente por el ‘emperador naranja’ que ocupa el despacho oval de la Casa Blanca, por lo que la APP considera que la expulsión de Vito Quiles del Congreso de los Diputados no es solo una cuestión de disciplina interna, sino también una medida necesaria para preservar la integridad de la labor periodística y proteger los pilares fundamentales de nuestra democracia burguesa.
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