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Opinión | De dioses y de hombres

Bailar con la muerte

El arte ha sido permeable a la advertencia sobre la brevedad de nuestro tiempo y al carácter igualitario con que la muerte nos coteja

‘La danza macabra’, de Clusone.

‘La danza macabra’, de Clusone.

Siempre me fascinó el arte que nace en torno a la muerte, esa experiencia de posible vida intensa y finitud que germina en plural creación artística. En nuestra sociedad posmoderna, la muerte parece no tener cabida: vivimos de espaldas a esa experiencia última e inexorable. Sin embargo, el arte -no sólo el católico- ha sido permeable a lo largo de los siglos a la advertencia sobre la brevedad de nuestro tiempo y al carácter igualitario con que la muerte nos coteja. Célebres son los versos al respecto, de un incipiente renacimiento, de Jorge Manrique en memoria de su padre -posiblemente de los mejores de nuestra historia de la poesía-; Jaime Gil de Biedma, en tiempos mucho más recientes, volverá a recoger el eco de ese sentir en las tres maravillosas estrofas del poema 'No volveré a ser joven', composición que, simbólicamente, se puede leer en la parada Ciudad Universitaria de Madrid.

Las denominadas danzas de la muerte o macabras surgen, principalmente, en los últimos siglos de la Edad Media. Las numerosas epidemias de la peste negra, destacan las acontecidas entre 1347 y 1353, fueron el caldo de cultivo perfecto para que este tipo de representaciones calaran hondamente entre la población y se expandieran por toda la Europa del momento. Es importante recordar que estas epidemias supusieron la merma de un tercio de la población del momento, con el consecuente miedo e incertidumbre de nuestros predecesores. Se trató de una manifestación artística bastante frecuente -incluida España- hasta el final del periodo barroco en el siglo XVIII, aunque casos anteriores y posteriores a esta cronología podemos encontrar. En éstas, la muerte personificada invita a danzar a los distintos estamentos sociales: obispo, rey o labrador encarnan simbólicamente a la sociedad de la época, formando una unidad escénica en la que la muerte los va llamando a su presencia, a su macabro baile. Estas representaciones se encuentran a caballo entre lo teatral y el mundo de la danza; no obstante, su repercusión y fusión con la literatura y la pintura fueron muy destacadas, casi inseparables, y de diversas formas llegan hasta nuestros días de la mano de diferentes artistas y creaciones contemporáneas. Ejemplos notables encontramos por muchos países europeos. Destacar, por singularidad y calidad, las pinturas que Giacomo Borlone pintó en la iglesia de Clusone, pueblo italiano cercano a Bérgamo, o el fascinante e icónico puente Spreuer en Lucerna (Suiza). En el interior de éste se despliegan cuarenta y cinco pinturas -originalmente eran sesenta y siete- sobre las danzas de la muerte. Se trata de la más extensa representación de este tema del mundo. Aquí, en nuestra Región de Murcia, les invito a conocer dos de estas representaciones. En el interior del museo sacro del monasterio de Santa Clara la Real, en la capital, encontramos una interesante y barroca personificación de la muerte, con guadaña en mano y acompañada de otros ornamentos litúrgicos del antiguo oficio de difuntos. En Cartagena, en la cripta de San José (englobada ésta en el actual centro de interpretación de la muralla púnica), hay una singularísima y popular versión de las danzas macabras cubriendo las paredes de este espacio de enterramiento oval. Por desgracia, la alta humedad ha hecho que éstas estén gravemente dañadas y semi-desaparecidas.

En Verges (Girona), cada año por Jueves Santo, se desarrolla la más peculiar de las muestras en las que pervive esta histórica manifestación cultural en nuestro país. Su puesta en escena, cuidada y sugerente, discurre por vetustas callejas para terminar solemnemente en un templo, frente a un Cristo crucificado, como prólogo de la procesión. Cinco esqueletos danzan al son de un tambor en rica simbología, tres de ellos son niños. La pervivencia de esta ceremonia la podríamos catalogar de "rareza arqueológica" en la comprensión del rico bagaje cultural europeo. No en vano, la fiesta obtuvo la declaración de Interés Turístico Nacional en 1980. Si no lo conocen les animo a que busquen un vídeo, es fascinante.

La vida del hombre es como una pompa de jabón, o en culta frase latina: "homo bulla est". Este concepto fue muy utilizado en el arte y la literatura renacentistas, y es evidente que esta afirmación sigue inquietándonos a nosotros de igual manera que a los millones de personas que nos han precedido. Aprendamos del arte que siempre consuela. Aprendamos a jugar las cartas de nuestra propia partida descubriendo lo que la cultura y el arte nos enseñan de la mano de otros que estuvieron antes. Finalmente, el baile tendrá un ganador evidente; pero, posiblemente cuando esto llegue, seremos mucho más plenos y conscientes. Bailemos, pues.

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