Opinión | Mamá está que se sale
Las hadas madrinas
Qué haríamos sin ellas
Una mañana de domingo, hace años, el hombre de los números se levantó muy malo. Tengo paciencia para casi todo, menos para oír a nadie hablar de maluras ni de trastornos. Cuando lo oigo, la que se trastorna soy yo. De pensar que tenía que llevar a cada una de mis hijas a un cumpleaños, a cual más lejos de mi casa, y el otro diciendo lo malo que estaba, me subía una cosa por el estómago que no sé decirte. Le ofrecí llevarle al día siguiente a primera hora al médico, a quién se le ocurre irse un domingo a urgencias. Pero él -menos mal, ahora verás- pidió un taxi y se fue al hospital.
Hice la ruta de los cumpleaños e incluso comenté el tema con una de las madres , sin darle más importancia, mientras la otra ponía los ojos en blanco y hablaba de la extraña habilidad de algunos hombres para enfermar en momentos clave.
Me fui tan tranquila al hospital, pensando en encontrármelo esperando aún su turno en una marea de gente, y para mi sorpresa, lo preparaban entonces para operarle de urgencia. Tenía motivos de sobra para encontrarse muy mal, tal y como me explicó la médico que le atendía. La mujer me daba un montón de explicaciones técnicas, pero yo sólo pensaba en poner buena cara y hacerme la buena, después de haberle dicho cien veces que eso no era nada.
Entonces viene lo del hada madrina. Fue una noche complicada, y se avecinaban días iguales. Mis padres vivían lejos, y mis suegros estaban de viaje. A la única a la que podía llamar era a «Laelvira», la persona que me ayudaba en casa en aquella época. Era ya casi de noche cuando la llamé. Sólo le dije que estaba en un apuro, y que necesitaba que se quedara en casa con mis hijos hasta que yo volviera. Como otras veces que le he llamado, tal y como colgó el teléfono se presentó en mi casa...y cuando volví, pasadas las 4 de la madrugada, me la encontré sentada en el sofá, despierta. «¿Cómo me iba a acostar?, ¿y si hacía falta algo?». No puedo decir cuánto me ayudó aquella mujer a lo largo de los muchos años que estuvo viniendo.
Otra época distinta, venía Isabel. «Isabé» en nuestro hablar. Recogía a los niños del cole, y luego peleaba con ellos para darles la cena, que hicieran los deberes, y ayudar al pequeño a bañarse. Todo esto sin que se la comieran viva, porque era muy buena y nunca jamás les ponía mala cara, aunque a veces se le cayera alguna lágrima. Todo su afán era dejar la casa como los chorros del oro, daba igual la hora que se le hiciese.
Y luego está «Bejoña». Se quedó con ese nombre porque Antonio jr no sabía decirlo bien. Mary Poppins versión murciana se queda corto para aquella chica que me salvó la vida durante el tiempo que estuvo cuidando a mis hijos. Ella y luego su hermana María.
Y así un desfile de hadas madrinas que me ayudaron en aquellos tiempos de la maternidad y la falsa conciliación. Las que me hicieron posible, como a Cenicienta, llegar a tiempo a todo, cuidar de mis hijos, y solucionar la logística, complicadísima, de una madre trabajadora. Y encima ellas, sin varita.
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