Opinión | Tribuna libre
Artesanía o creación
A propósito de la conferencia de apertura del curso académico 2025-2026 en la Real Academia de Bellas Artes Santa María de la Arrixaca

José David Pujante durante su intervención en el acto de apertura. / Juan Ballester
El viernes pasado y en el salón de actos del Mubam, iniciaba la Real Academia de Bellas Artes de Santa María de la Arrixaca las actividades del nuevo curso 2025-2026 con un discurso inaugural del catedrático de Teoría de la Literatura en la Universidad de Valladolid, el cartagenero José David Pujante Sánchez. El título del discurso: ‘La mímesis y el artista. De artesano a genio’, ya de por sí era bastante atractivo, pero, además, su contenido y posterior desarrollo no defraudaron en absoluto esas altas expectativas. Sintetizar durante unos cuantos minutos la historia del concepto de arte y artista, o de si el creador nace o se hace, no es nada fácil, pero el conferenciante hilvanó perfectamente las grandes corrientes del pensamiento sobre el tema, desde la época griega hasta nuestros días.
Muy interesante fue el momento en el que nos definió como «hijos del pensamiento romántico» y que, por tanto, «el genio artístico sigue siendo un misterio…, a pesar de las vanguardias, que llegaron como apisonadoras y no nos han dejado huella sensible», palabras que salieron de su boca acompañadas con un tono y un gesto muy significativos, entre la incredulidad y el cachondeo. Y, por supuesto, tampoco podía faltar en una charla sobre la creación y el creador, nombrar al pintor Ramón Gaya y sus dos grandes textos: El sentimiento de la pintura y Velázquez, pájaro solitario, instante en el que el académico Pascual Martínez y un servidor nos miramos de una manera cómplice arqueando al unísono nuestras cejas en señal de haber captado el aviso a navegantes.
Es verdad que algunos nos fuimos de allí sin una respuesta al interrogante natural que planteaba el tema escogido, algo, por otro lado, totalmente previsible pues, en primer lugar, se trataba de un recorrido histórico sobre el tema y, en segundo lugar, porque ni ha existido, ni existe, ni podrá existir una respuesta concreta al asunto. Todo lo que afecte a cuestiones de índole moral o, incluso, estética, puede tener un juicio crítico porque son vivencias personales que tienen sus reglas colectivas impartidas a través de la educación o de los mismos valores consuetudinarios, pero aquello otro que atañe a nuestros sentimientos –que no emociones–, sólo incumbe a nuestra propia naturaleza, a ese otro lado de nuestro yo, que nos sitúa de una forma natural en la vida. Decimos en la vida, que no en el tiempo o en la realidad, conceptos estos últimos que tienen más que ver con una forma de relatividad en la que los humanos nos movemos.
Se habló de los artesanos y de la genialidad, o lo que es lo mismo, de la forma y su trascendencia, del tema y de su esencia. Evidentemente el arte tiene una parte técnica, material, artesana, pero en modo alguno puede quedarse en ese primer estadio, por muy buena que sea la pieza –nunca mejor dicho–, ya que, si de creación hablamos, qué duda cabe que ese primer escalón debe ser trascendido, superado; exactamente igual que le sucede al tema –al relato se dice ahora–, algo que finalmente resulta una mera excusa o un lugar común, para que la vida pueda producirse. Sin embargo, aunque esa nueva realidad, ese espacio común en el que los humanoides nos encontramos o nos reconocemos desde hace millones de años y que es absolutamente necesario para que el fenómeno de la creación pueda producirse, tampoco llegaríamos a nada si, finalmente, la obra no ha sido dotada de alma propia, algo que se produce o, mejor dicho, nace –ya que estamos hablando de creación–, a través de una verdad sustancial del propio hacedor.
Evidentemente, una vez que hemos condicionado la vida en una obra a la existencia de un alma que la trascienda, está claro que el creador nace, aunque también necesite hacerse. Y nace, no como un mérito, sino como un destino irrenunciable, como una obligación innata a la que el señalado puede y debe obedecer. «Yo no busco, encuentro», decía Picasso, o cómo, si no, escribió San Juan de la Cruz su Cántico espiritual.
Aunque lo escuchado durante aquellos minutos sólo tenía por objeto hacernos reflexionar sobre unos planteamientos generalistas, estoy seguro de que algunos salimos de esta maravillosa apertura de curso de la Academia con muchas preguntas y alguna que otra certeza. Mis preguntas tienen que ver, no con la charla, sino con la propia Academia y con algunos de sus miembros: ¿Qué siente un artista vanguardista cuando se viste de académico, es decir, de tradición? ¿Cómo puede anunciarse en ese acto y, por parte de la presidencia, la recomendación para no dejar de ver una muestra de uno de los académicos, allí presente, e ignorar, con su silencio, la posibilidad de contemplar en Murcia varios cuadros de José Gutiérrez Solana que temporalmente nos visitan? ¿Es que para la Academia no existen valores superiores a los suyos propios? Las certezas…, mejor para otro momento.
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