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Opinión | Pasado de rosca

El auge del populismo

El populismo que ha instaurado Trump amenaza con instalarse muy pronto entre nosotros. Avanzamos hacia ello a pasos agigantados

Imagen de archivo de Pedro Sánchez y Donald Trump durante la ceremonia de bienvenida de la Cumbre de Paz de Gaza.

Imagen de archivo de Pedro Sánchez y Donald Trump durante la ceremonia de bienvenida de la Cumbre de Paz de Gaza. / EFE/Yoan Valat

Al parecer, los consejeros de Donald Trump han aconsejado a su jefe que jamás argumente en contra de ninguna acusación de la que haya sido objeto. El presidente estadounidense ha dado fehacientes pruebas de seguir a pies juntillas ese consejo. Y así, por ejemplo, nunca rebate las acusaciones que lo han llevado ante los tribunales y proclama que todo obedece a una conjura de la izquierda woke en su contra. Y como, según su manual, la mejor defensa es un ataque, está tratando de llevar a su vez ante la Justicia a los que lo han acusado a él. Esta forma de sustituir la argumentación por el ataque ha pasado a ser una de las señas de identidad del populismo trumpista.

Dice mi buen amigo y mejor artista plástico José Espona que lo que pasa en Estados Unidos acaba llegando a Europa —a España— algunos años después. Y así era hasta ahora. Sin embargo, la aceleración del tiempo a la que asistimos, seguramente propiciada por la velocidad en la propagación de la información, ha reducido las inercias sociológicas y la sociedad —vamos a centrarlo en la española— evoluciona mucho más rápido que antaño en la mímesis de los movimientos de masas que se observan en el país norteamericano. Así, el populismo que ha instaurado Trump amenaza con instalarse muy pronto entre nosotros. Avanzamos hacia ello a pasos agigantados.

Observando lo que sucede no ya en las redes, o ni siquiera en la prensa, si nos fijamos con atención en los presuntos debates parlamentarios —tanto en el Parlamento español, como en los autonómicos— vemos que ya nadie contesta a aquello por lo que ha sido interpelado. Así, poco importa que Feijóo pregunte —con más o menos demagogia— a Sánchez acerca de los sobres que llegaban o salían de Ferraz, que el presidente, sin dedicar ni una palabra a defenderse de la acusación, responde lanzándole a su antagonista la ignominia de los cribados del cáncer de mama en Andalucía. Todo vale con tal de arrojar algo a la cabeza del rival político, incluso tacharlo de inculto por haber confundido el título de una novela de George Orwell — 1984— con el año de su publicación.

El debate parlamentario desaparece para ser sustituido por un diálogo de sordos en el que nadie —o casi nadie— responde a nadie. Ningún interviniente se toma siquiera la molestia de rebatir las acusaciones con poco o ningún fundamento. Contra una acusación se arroja siempre otra, intentando que la propia sea más contundente —o estridente, que el ruido aquí tiene una importante función— que la del rival. Así procedió el consejero de Sanidad de la Junta de Andalucía, Antonio Sanz, en su respuesta a las demandas de la asociación Amama: «desde el cariño, dejen de lanzar infundios y dejen de intentar desprestigiar al sistema sanitario». De esta manera, las víctimas de los fallos en el cribado de cáncer de mama mudan en lanzadoras de infundios. También cuando al presidente, Moreno Bonilla, le piden explicaciones por unas mamografías en las que se señalaban nódulos sospechosos de ser tumorales que desaparecen de la página web de la Consejería de Salud y reaparecen sustituidas por otras sin esas anotaciones, el presidente andaluz contraataca sosteniendo que todo es un bulo. Y eleva el tono llamando «miserables» a quienes son capaces de crear un bulo con tal de atacar a su Gobierno.

De esta manera se desvirtúa y se degrada la función de los parlamentos, pues nadie los utiliza como lugar de confrontación, ya no digo de modelos políticos, sino ni tan siquiera de argumentos. Se los convierte en meras cajas de resonancia de los ataques al rival. Y se muda en rival cualquiera que pida explicaciones por la acción política. El populismo ya habita entre nosotros. Y eso sobre todo favorece a quienes lo llevan en su ADN: la extrema derecha.

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