Opinión | Nos queda la palabra
¡Oh lala!
Francia ha mostrado sus pies de barro, aunque cuentan con el célebre inspector Clouseau para recuperar el prestigio robado por el rocambolesco hurto en el Louvre, donde hicieron desaparecer joyas que ríete de la pantera rosa

Visitantes permanecen fuera del Museo del Louvre, tras el robo. / EFE/Yoan Valat
Que conste que no me hubiera importado nacer en el país cuya Revolución inauguró la Edad Contemporánea. Tomó la Bastilla para dar un clamoroso au revoir a monarquía, aristocracia e iglesia. Siglos después, nosotros aún precisamos tomar ‘pastillas’ para soportar la tríada.
Hubiera bebido con gusto de la Ilustración, aunque fuera servida por Pepe Botella. No hubo forma de que el afrancesado durara, pues, contra sus reformas, reaccionó la España reaccionaria, que aún hoy colea con fuerza. La misma que, por cierto, exhibió en la última campaña electoral a los brillantes Sarkozy y Le Pen, encarcelado y condenada, respectivamente.
Como todo grandeur, Francia ha mostrado sus pies de barro, aunque cuentan con el célebre inspector Clouseau para recuperar el prestigio robado por el rocambolesco hurto en el Louvre, donde hicieron desaparecer joyas que ríete de la pantera rosa.
Solo el inspector más reconocido del país vecino será capaz de atrapar una banda que, con la ayuda de unas muy visibles escaleras, entró en el balcón de una de las salas para llevarse el joyero de Napoleón. No podía adivinar el emperador que iba a caer más bajo que en sus últimos días de exilio en Santa Elena.
«Son unos profesionales», lloran. Desde luego, a nadie se le hubiera ocurrido utilizar, en plena era digital, un montacargas, un martillo para romper un cristal y poco más para desvalijar uno de los que debería ser el primer búnker del arte europeo, poniendo a los pies de los caballos al imperio galo.
Ante tamaña hazaña sólo cabe resucitar al detective francés, quizá ayudado por el inefable Luis de Funes. No creo que Mr. Bean esté por colaborar, dada la mala vecindad entre los hijos de la Gran Bretaña y los del otro lado del Canal.
Como la pobre tortilla francesa, en nuestros chistes el francés siempre se lleva la torta; pero ahora se han superado y no nos será fácil idear otra saga aludiendo a la seguridad del Prado, Louvre y National Gallery.
Siempre, de cualquier forma, nos quedará París.
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