Opinión | +Mujeres
¿Qué sabe la conciencia?

Hombre de primer plano con cerebro de papel
Ailton krenak, filósofo indígena y activista brasileño, señalando la sabiduría de los pueblos indígenas americanos, nos recuerda a los humanos participando del espíritu de la Pachamama, en comunión con la Naturaleza, para señalarnos que «el futuro es ancestral». Es decir, lo ancestral, eso que siempre estuvo ahí, como lo más cercano a nosotros en el pasado, que está ahora y que estará después, como eterna presencia del ser. Planteamiento que nos evoca a Heráclito para quien «origen» es destino.
A su vez, sostiene Juan Arnao (astrofísico y especialista en filosofías orientales, en consonancia con la cosmovisión india de que la conciencia no es una propiedad de la materia, sino el origen y la raíz de todo fenómeno) que habitamos en la mente del mundo.
Qué cosa es eso de la mente es una cuestión peliaguda, de la que las tradiciones de pensamiento se han ocupado a lo largo del tiempo desde que al ser humano, a partir de un determinado momento de su evolución, le dio por alumbrar conciencia y expresarla con palabras.
En tan largo recorrido, la mente, ese ente, ha sido nombrado de muchas maneras que pretendiendo referirse a lo mismo, el enigma humano, apuntaban diferencias: mente mítica, hálito divino, espíritu, psique, alma, rex extensa, el mundo de las ideas, conciencia, etc. Hasta que en uno de esos avatares, a la neurociencia moderna le da por catalogar a la conciencia como «epifenómeno cerebral». ¡Qué desilusión, dirán ustedes, qué devaluación!, no sin razón. Mira que tanta grandeza quedar reducida a la categoría de «evanescencia cerebral». Por otro lado, las teorías computacionales se nos han metido hasta en la sopa, y no es cuestión de resistirse a una metáfora tan sabrosa como la del software y el hardware para maridar en términos absolutamente materialistas todo lo misterioso, lo inefable y hasta lo poético. Un salto algorítmico más y nos entra en escena la IA, amenazando con monopolizar la mente. ¡Es la ciencia! (lo que la parsimoniosa ciencia dice por ahora, apostillamos con reconocimiento, humildad y esperanza).
Da por pensar, dado el atolladero devenido que parecemos estar muy confundidos respecto a nosotros y a nuestra relación con el mundo. Y eso que, según unos, se posee una mente, o se habita en una mente, según otros. ¿Acaso la mente-conciencia humana sabe poco de sí misma?.
Freud ya nos lo advirtió: «El hombre no es dueño de su casa», es decir, sabe superficialmente de sí mismo, se engaña y se miente. Su razón está dirigida por fuerzas que desconoce. «El inconsciente» llamó a estas fuerzas gobernantes e ideó un sistema y un método de exploración para explicarlo: «El psicoanálisis».
Así, él, desde su enclave en la cultura de una Europa sempiternamente patriarcal, aunque ya ilustrada, racional, moderna, científica, industrial, expansiva y colonial; asestó a la humanidad la consabida tercera herida narcisista. Su advertencia sentó fatal, como ya fatal había sentado la primera, infligida por Galileo con su negación de la Tierra como centro del universo; o la segunda, a cargo Darwin, encadenando al ser humano a las leyes de la evolución y despojándolo, por tanto, de la herencia bíblica que lo designaba como campante y mandante sobre el resto de la naturaleza.
Y ahí seguimos mientras tanto. La mente (en su modalidad de conciencia encarnada) puede que no sepa, o no lo sepa todo. Pero sí sufre y lo hace a través de un cuerpo «sintiente» que nos lo advierte sensible y sentimentalmente: «Sufrimiento mental», decimos. Y cuando aparece lo catalogamos como síntoma de enfermedad mental, porque no podemos concebir dolor sin enfermedad, y continuamos así en el empeño de insistir en una correspondencia de reciprocidad entre la polaridad que Descartes nos legó. Si en un cuerpo sano no hay dolor, en una mente sana tampoco se concibe el sufrimiento. De modo que ante el más mínimo atisbo de lo uno o lo otro en la escala desde el malestar, pasando por el dolor y el sufrimiento, hasta llegar a la desesperación, la causalidad morbosa se impone cómo hipótesis primordial. Este reduccionismo es la gallina de los huevos de oro para la industria farmacéutica, todo ello científicamente probado, claro. Y de paso distrae de pensar en otras explicaciones plausibles, políticas, sociales o espirituales, proponiendo únicamente a la mente individual como susceptible de enfermar y de tratar.
El dolor, el sufrimiento, la confusión, la locura, y la destructividad adoptan las formas de la época, época digital, por cierto. Ahora con el riesgo añadido de un derrumbe global que pondría en peligro la supervivencia de la especie. Llegamos a un nuevo punto de desconcierto. Necesitamos configurar un nuevo paradigma que nos oriente. El sufrimiento humano necesita de sentido para poderse soportar, cómo apuntó Víktor Frankl.
En +Mujeres estamos muy pendientes de espacios donde crear caminos de esperanza para la humanidad, que ha ideado un sistema dañado, ya con alarmantes señales de colapso, en un mundo en el que la vida seguirá con o sin ella.
Por eso nos alegra compartirles un recuerdo del inminente futuro: donde la presencia de las mujeres en la cultura sí que tendrá una representación relevante. Jô Gondar, brasileña, y Lola López Móndejar, española, debatirán sobre estos y otros temas el próximo viernes 24 de octubre de las 17 a las 20h en el salón de actos de la Fundación Cajamurcia, en una sesión abierta al público, como parte del programa del XXIV Congreso del Centro Psicoanalítico de Madrid, que se celebra en Murcia bajo estos dos lemas: «Los retos de las tecno ciencias» y «Naturaleza y /o Cultura».
Estén al tanto.
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