Opinión | Erre que erre (rock ‘n’ roll)
Bullying

Bullying
«Las palabras, piedras hirientes,
risas huecas que atormentan.
En el pasillo, un rincón de miedo al que llegar con la mirada baja y el corazón en duelo.
Un empujón, la herida que no se ve, pero el alma siente y jamás olvida.
Silencios cómplices, ¿por qué no me ayudan?, la soledad es la peor tortura.
Nadie vio nada. » (Poema antibullying)
Resulta estremecedor indagar en datos sobre el bullying y leer que nuestro país es, a nivel planetario, el que más casos de acoso y ciberacoso tiene registrados: 300.000 en el periodo 2024/2025, según un estudio de la Organización Bullying sin Fronteras en colaboración con la OMS. Seguramente son muchos los testigos de esa lacra que cada día, por miedo a ser el próximo excluido o señalado, en el caso de alumnos, por miedo a perder el puesto de trabajo o ser señalado, en el caso de educadores, o por la vergüenza de que tu hijo sea señalado por acosador, en el caso de las familias, calle. Y ante tal atrocidad, toca dejarse señalar y no callar.
El silencio es complicidad, y no está permitido permanecer impasibles. Porque una infancia marcada por el terror da lugar a una vida completamente vacía, cargada de problemas mentales, físicos y relacionales. Y esa angustia existencial siempre ostenta un culpable; en este caso, el responsable, es una sociedad que no escucha, no acompaña y no defiende a un niño ante la adversidad y la mofa. El corporativismo en según qué profesión puede ser muy positivo, en la de maestro está resultando todo lo contrario. Tristemente, no hemos podido encontrar ninguna estadística pública que proporcione un número de denuncias por parte de profesores hacia un alumno si este incurre en faltas graves, agresión física, amenazas o acoso.
Imagino el papelón que a muchos docentes les toca vivir en su día a día con esa carga de impotencia. Lejos queda ese dicho de «se viene educado de casa», por supuesto que tanto modales como valores deberían recaer sobre la familia, pero a ver quién es el guapo que se atreve a poner la mano en el fuego por un hijo que pasa ocho horas lectivas en un centro escolar y cuya vuelta al hogar reside en mirar una pantalla de la índole permitida, realizar las tareas impuestas y prepararse para la jornada siguiente. Qué importante y crucial ese diálogo fortalecedor de vínculos, confianza, autoestima, entre padres e hijos, y que agotadas vamos siempre... A esta sociedad con rasgos psicopáticos normalizados nos toca entonar «el mea culpa»; a todos y cada uno, compañeros, profesores, familias e instituciones que no hemos sido capaces de sostener el colchón de rescate capaz de amortiguar un salto desde el balcón de una menor aterrada.
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