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Opinión | Tribuna libre

Sin sectarismos

Preocupa que el debate sobre el aborto se haya convertido en un tema tabú

Creo sinceramente que la igualdad implica que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres para vivir su sexualidad con libertad y responsabilidad. Nuestra sociedad ha avanzado mucho en este aspecto, y hoy las mujeres cuentan con derechos y recursos que les permiten tomar decisiones informadas sobre su vida reproductiva.

Sin embargo, cuando una mujer queda embarazada, la situación se vuelve más compleja. Lo que lleva dentro no es un simple asunto médico ni un contenido biológico; se trata de una vida con identidad propia. El modo en que hablamos de ello dice mucho sobre nuestros valores y nuestra forma de entender el mundo.

Me preocupa que el debate sobre el aborto se haya convertido en un tema tabú, donde apenas se permite un diálogo abierto. Es un asunto que exige reflexión y respeto, sin dogmas ni censuras. Como madre, siento la necesidad de proteger a los más vulnerables y de abordar este tema desde la empatía.

El lenguaje que usamos también influye en cómo lo comprendemos. Decir «interrumpir un embarazo» puede parecer neutro, pero no se trata de una pausa, sino de poner fin a una vida en gestación. Cuando suavizamos las palabras, también corremos el riesgo de diluir la realidad a la que se refieren.

Por otro lado, estimo que es fundamental defender el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, pero sin ignorar la figura del padre y el vínculo que une a los progenitores con su hijo. La paternidad no debería reducirse a un papel secundario ni a una contribución biológica de ser simple donante de esperma.

Considero que permitir que una vida humana se elimine por conveniencia me lleva a preguntarme sobre qué vida merece ser vivida. ¿Será el criterio la calidad de vida?,¿las condiciones de vida?, ¿o el momento idóneo? Asimismo, ¿dónde establecemos los límites? ¿Hay límites?

Cuando se plantea la discapacidad, surge otra cuestión: ¿Es justo negar el derecho a vivir por ser diferente? Si aceptamos que una vida puede descartarse por no ajustarse a ciertos parámetros, ¿qué otras exclusiones justificaremos en el futuro cuando haya adultos discapacitados?

Creo que este debate debe abrirse con transparencia. Hace falta escucharnos sin insultos y respeto, dando voz a todos los enfoques: médicos, éticos, filosóficos, religiosos y, sobre todo, personales. Silenciar la discusión no hace desaparecer los dilemas; solo los esconde, impidiendo un diálogo que oriente políticas públicas y apoyo real.

Si aspiramos a una sociedad más justa, debemos proteger la vida y la libertad al mismo tiempo. Eso implica fomentar la educación sexual, mejorar el acceso a la salud, apoyar la maternidad y la paternidad con medidas reales de conciliación y recursos, y garantizar espacios libres donde debatir sin sectarismos.

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