Opinión | La Feliz Gobernación
El banquillo eterno

El exjefe del Ejecutivo murciano, Ramón Luis Valcárcel, a su llegada al Palacio de Justicia. / Juan Carlos Caval
Por ejemplo. Titular principal, a cuatro columnas de la portada, ayer, de El Mundo: «El juez cita a los pagadores de los sobres con ‘cash’ del PSOE». Debajo, también a cuatro columnas, fotografía en que aparecen en el banquillo judicial una decena de implicados en la trama Gürtel, del PP, con un titulillo para el pie: «Los últimos de Gürtel, dieciséis años después». No hay solución ni escarmiento. De banquillo en banquillo y tiro porque me toca. ¿Quién va a creer en los ‘regeneradores’ si se suceden, de un partido u otro, ante los tribunales? Si no es el Bigotes es Koldo. Si no es Correa es Aldama. Personajes secundarios que amañan el trabajo sucio urdido desde las cúpulas. Y siempre lo mismo, con variantes insignificantes: contratas, dinero negro, sobresueldos... ¿Para qué querríamos en España un Vito Corleone si ya tenemos los partidos políticos?
Murcia tampoco se libra. El pasado lunes declaró Ramón Luis Valcárcel sobre el caso Novo Carthago, asunto que se pierde en la noche de los tiempos, pero vivo y coleando en sede judicial. Lo hizo como testigo, pero testigo de qué si no supo, no se enteró, no era cosa suya, fue a la presentación del proyecto porque lo invitaron... Va a resultar que las cosas se hacían a sus espaldas en los tiempos en que era todopoderoso. No conocía a nadie, pero años después invitó al promotor de aquella urbanización a la boda de su hija. Vale. Aceptamos barco como animal marítimo, pues cada cual tiene legítimo derecho a defenderse como pueda o crea conveniente. Otros aseguran que las chistorras son chistorras.
Los banquillos no engañan. Tienen una presencia constante en la vida política. Unos entran y otros salen. Mientras tanto, el partido alternativamente afectado presume de haber acabado con la corrupción. Y vuelta a empezar.
Una de las razones posibles es que las respectivas militancias y, peor, los sectores intelectuales que simpatizan con unos u otros, son transigentes cuando no activistas en defensa del partido encausado. Siempre hay motivos para la conspiración o el lawfare. No es extraño que la gente esté harta.
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