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Opinión | Noticias del antropoceno

Fortaleza Europa

No hace falta recordar que la visión de los fundadores de Europa se basó en el liberalismo clásico, si acaso con algunas gotas de socialdemocracia de inspiración cristiana. Ese liberalismo no es teórico, sino que se articula en las cuatro libertades de circulación que son el fundamento de la Confederación europea: de productos, de servicios, de capitales y de personas. Son tan importantes estas cuatro libertades que los negociadores británicos abandonaron su pretensión de mantenerse en la Unión solo con las económicas ante la negativa cerrada y unánime de los 27 a la hora de transigir con la libre circulación de personas.

Ese espíritu de firmeza es lo que cabrea a la ultraderecha comandada ahora por el presidente norteamericano Donald Trump. Ante el asalto a la libertad de comercio y los consejos malintencionados de Trump vaticinando el desastre de Europa por la llegada de inmigrantes, la UE parece no tener más remedio que erigirse en una Fortaleza Europa, un concepto que casi siempre se utilizó en términos negativos, contrario al liberalismo fundacional. Si queremos jugar en primera división, como Estados Unidos o China y no volver a erigir muros interiores, a Europa no le queda más remedio que levantar potentes muros defensivos. De lo contrario, seremos el pito del sereno al que nadie hace ni puñetero caso.

Debemos acabar primero con la humillación a la que Europa está siendo sometida por parte de Estados Unidos. El colmo es que este país haya dejado de contribuir a la defensa de Ucrania y obligue a los europeos a comprarle las armas para permitir que se defienda el martirizado país centroeuropeo en su confrontación con Rusia. Y seguido, con la humillación frente a China, que nos obliga a aceptar sus excesos de producción sin realmente abrir sus mercados en la misma proporción a los productos europeos.

No son estrategias de corto plazo, pero cuanto antes Europa se ponga a ello, tanto mejor. El juego se llama mirar por nuestros propios intereses. Como afirmó Lord Palmerston: las países no tienen aliados eternos ni enemigos permanentes, solo intereses nacionales. Tanto más cierto cuando están en juego los intereses comunes de veintisiete naciones.

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