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Opinión | El retrovisor

Viendo a ver

Limpiabotas en la calle Trapería, años setenta.

Limpiabotas en la calle Trapería, años setenta. / Archivo TLM

Fue allá por el año 1970 cuando en Murcia se instaló en la calle Isidoro de la Cierva el primer centro de contactología ocular, es decir, de lentes de contacto; invento novedoso (aquí todo llegaba tarde), que dio al traste con la visión borrosa de los miopes y los complejos que suscitaban las gafas con más o menos graduación en jóvenes y menos jóvenes de aquellos felices años.

Ellas y ellos, gracias a las lentes de contacto duras o blandas cambiaron su fisonomía, surgiendo, nuevas beldades entre aquellos jóvenes de entonces, los que dijeron adiós a las gafas de culo de vaso y se adaptaron a las lentillas, entre lágrimas y parpadeos. Las lentes de contacto permitieron alcanzar una ilusión contenida, la de lucir gafas de sol hasta entonces vetadas por la falta de visión, nada como las americanas Ray-Ban para ir a la moda más actual y decir adiós a aquellas lentes de pasta con clericales cristales marrones de uso diario, las que nos mostraban como tímidos empollones, mermando la capacidad deportiva de aquellos afligidos miopes y astigmáticos. Los romances, igualmente se vieron reducidos por aquella barrera de cristal, hasta la llegada de las novedosas lentes de contacto que cambiaron nuestros hábitos más íntimos.

La calle de la Trapería y Alfonso X “El Sabio” fueron siempre pasarela de una sociedad que mudaba su piel: estilos de vida, modas, usos y costumbres. Por estos días de octubre, con el verano aún en la memoria, en una ciudad de otoño tardío, obligaba a la prevención contra humedades y ventoleras, nada mejor que salir a la calle con una buena camisa Macson o Ingram, unos vaqueros Levi´s, calzando los mocasines Castellanos, adquiridos en la madrileña calle de Hermosilla. Zapatos a los que se daba lustre en los limpiabotas que aguardaba a su joven parroquia a las puertas del Casino, más tarde desplazados a los puertas del que fuera banco de Vizcaya, esquina a Montijo (insuperable brillo en el calzado de los doctores José Alberto e Ignacio Gil Pellicena) . Vestimenta otoñal de los pijos en la Murcia de entonces que complementaban con los obligados y coloristas jerseys Pulligan sobre los hombros. Uniformidad que alcanzaba toda su luminosidad en la terraza de “Café-Bar” de Alfonso X, donde los universitarios de entonces brillaban al sol con luz propia, poseídos por su juventud y romances sin límite.

Mucho tuvo que ver en aquel cambio, en los jóvenes de la Murcia del pleno desarrollo que significaron los años setenta, la llegada a la ciudad de grandes almacenes tuvo una gran influencia, aunque imperase de forma decisiva en el estilo y la moda para hombres la firma “Roger”, en aquellos días establecida en la calle Isidoro de la Cierva. Casa fundada por don Rogelio Bayo Roselló en 1953. Camisería para caballeros que continuaron sus hijos José Vicente y Rogelio Bayo, que supieron contagiar la elegancia masculina y la calidad de sus prendas al público murciano. Inolvidables sus dependientes Juan y “Manri”. Con “Roger” se dijo adiós a la franela burda y a los jerseys y chalecos tejidos por abuelas y madres con agujas de tejer. Corbatas, trajes, americanas, calcetines e incluso calzoncillos causaron sensación entre las jóvenes casaderas. La perfumería “Palomares” en la plaza de Santo Domingo, pondría los efluvios con aromas de “Agua Brava” a aquellas modas surgidas en la década de los setenta, “Roger” hizo más elegantes a los caballeros murcianos: Francisco Quetglas Olabarrieta, Edmundo Muñoz, Manuel Artigas, Leandro González Sicilia, Pirraco Abellán, Pedro Martini Millá, Juan Antonio Megías, Rufo Montoro, Rafael Pazos, José Antonio Martínez-Abarca, los hermanos Ripoll, Carlos Egea Krauel son, entre muchos otros, todo un ejemplo de la elegancia masculina de aquellos días. Un tiempo que se fue en aras de modas monstruosas donde chaquetas raquíticas, ridículos pantalones pitillo y la moda Cantinflas se impone, incluso en políticos como Gabriel Rufián, que ha descubierto muy tarde la chaqueta y la corbata o un presidente del gobierno que gasta el citado pantalón pitillo y trajes desgarbados con corbatas espantosas que contrastan con la elegancia clásica que siempre lució nuestro Rey Emérito.

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