Opinión | El prisma
La falta de infraestructuras para lluvias torrenciales | Otra guerrita miope
Cada otoño, con cansina cadenciosidad hay cruces de acusaciones entre administraciones por la falta de infraestructuras remediadoras de daños por las escorrentías indómitas tras las lluvias torrenciales. También en primavera, pero parece que las de final del año son peores. Estamos ante una nueva polémica — y van...— por la última dana que ha arrastrado tierras al Mar Menor, cortado el agua del Taibilla y otros desastres de mayor o menor envergadura. Por lo mismo hay quejas en el Valle del Guadalentín porque no se ejecutan rápido obras de protección contra riadas, como pasa en Murcia y en Cartagena con varias ramblas de conducta predecible pero nunca evitada.
Se clama entonces por cirugía reparadora sin que antes se realice tratamiento preventivo. Probablemente haya algún experto con mente suficientemente capaz para enumerar la cantidad de obras hidráulicas reclamadas y sin realizar para impedir esos males mayores que luego ocurren. Si lo hubiera, sería bueno comparar su recuento con el que haría otra mente igualmente capaz de listar cuántas alteraciones de paisajes, invasión, taponamiento o falta de limpieza de cauces y destrucción de ecosistemas ha habido en los últimos 50 años. Quizá, ambas mentes pensantes concluirían que si la segunda relación de malhechos antinaturales no se hubiera dado, tampoco se habría producido la primera.
Resulta que la historia reciente de la Región relata muchos intentos de alterar el medio ambiente de todos para beneficio de sectores o personas concretos: Lo Poyo, Novo Carthago, La Zerrichera, Marina de Cope... por citar solo los más notorios afortunadamente frustrados por la legalidad vigente gracias al esfuerzo ecologista y ciudadano.
Pero otros muchos, muchísimos, han salido adelante amparados por una legalidad urbanística más que dudosa y de carácter esquilmador cuyos polvos de ladrillo y cemento traen estos lodos de inundaciones y destrucción de viviendas. La Mancomunidad de Canales del Taibilla, situada en el ojo del huracán por los cortes de suministro en el Mar Menor, señala que la contaminación del agua potable o no está relacionada con la alteración de los suelos, sobre todo agrícolas, en el Campo de Cartagena.
Así que se puede concluir que algunas de esas obras correctoras reclamadas reiteradamente por los municipios no tendrían razón de ser si se hubiera respetado el entorno (sin entrar en berenjenales de los efectos del cambio climático). Porque las obras hidráulicas que ahora se reclaman son en muchos casos para corregir desaguisados de ordenación agraria y urbana que no debían haberse hecho. En otros no, pero hay clara incidencia de la intensificación de las dana por la crisis climática, un factor que a veces se pretende ignorar.
De la contaminación de la laguna marmenorense por escorrentías agrícolas y pluviales hay escritos ríos suficientes de tinta. Ahí se juntan todos los factores anteriores, con la agravante de que en este último episodio ha aflorado una lentitud exasperante por parte del MITECO en realizar correcciones necesarias o nuevas infraestructuras para minimizar los efectos que ha causado en el territorio el urbanismo salvaje y la alteración de los espacios agrícolas naturales.
Ese caso es asaz revelador del «tradicional» urbanismo a la carta y al pelotazo que, con la intensificación ilimitada del regadío, es mayormente causante del enloquecimiento destructor de los torrentes que caen del cielo de vez en cuando. La negligencia burocrática del MITECO para acelerar las obras correctoras suma más a esa vieja cadena de despropósitos. Parecen razonables, por tanto, las reclamaciones de los municipios de ser resarcidos por los cortes de suministro de agua del Taibilla. Siempre hay quien también aprovecha cada episodio, como en esta ocasión, para desatar otra guerrita política miope y cortoplacista sin admitir ni por asomo los perjuicios de las propias políticas urbanísticas y medioambientales. Pero todo sigue su curso sin dar remedio a las causas inmediatas y también a las profundas. Se ponen los parches mínimamente necesarios y hasta la próxima escaramuza.
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