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Opinión | Miradas furtivas

¿Volará algún día?

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Debería empezar diciendo que soy socio del Casino de Murcia y que, a mi parecer, este edificio es uno de los más bellos y emblemáticos de la ciudad. Ya sólo por el hecho de poder pasear por sus ‘calles’ interiores, que es algo así como sentirnos retrotraídos a una época pasada —concretamente a finales del siglo XIX—, resulta una experiencia y, hasta cierto punto, un privilegio. Pero, claro, como lo cortés no quita lo valiente, también debe uno decir que lo más desafortunado de ese lugar es, precisamente, la figura que capitaliza todo ese espacio, todas las miradas y, por qué no decirlo, todas las coñas del personal visitante.

Nos estamos refiriendo, como es más que evidente, a la escultura alada que desde 2018 preside la zona central de la exedra. Cuando la mayoría de visitantes —en especial las mujeres— se autorretratan junto a la figura, pero desde abajo, está claro que no lo hacen por su calidad escultórica, sino por sus muy visibles partes pudendas. Pero, cuidado, que la erótica anécdota sería intrascendente si el ‘Ícaro’ de González Beltrán tuviera algún valor escultórico, cosa de la que desgraciadamente carece, a nuestro parecer.

Si de lo que se trata es de la conservación de ese aire decimonónico a través de sus diversas estancias, así como de algunas escogidísimas obras de arte, ¿qué hace allí, presidiendo, este mastodóntico y soberbio armatoste? máxime cuando muy cerca, pero arrinconada, se encuentra la excelente copia de la Dama de Elche realizada en el Louvre, a principios del siglo XX, por Ignacio Pinazo.

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