Opinión | El retrovisor
Lluvias de octubre
Octubre como abril son meses de lluvias torrenciales, que ponen de manifiesto que en Murcia nunca llueve y cuando llueve, llueve agua a cántaros

La carretera del Palmar, en Murcia, inundada en 1973. / L.O.
«Por San Francisco se siembra el trigo, La vieja que lo decía, ya sembrado lo tenía».
¿Qué mejor señal que ésta para reconocer a octubre como mes inaugural?
Se presta el otoño a reintegrarnos a la vida de siempre. Une este mes con la nueva estación recién iniciada y con la festividad de la Virgen del Pilar que hoy se celebra, por si fuera poco, a los dos hemisferios en el insigne día del descubrimiento de las Indias, el que había de redondear el mundo y ceñirlo todo a un mismo destino. Mes de batallas, como lo acreditan las del Salado y Lepanto. Mes para la caza y el sembrado temprano, aunque por estas tierras nos tengan los octubres acostumbrados a lluvias torrenciales que dieron lugar, a lo largo del tiempo, a catástrofes y tragedias sin cuento. Denominaciones que han cambiado con los años: inundaciones, gota fría, dana, que tienen como denominador común la devastación y en muchos casos la muerte.
Habrá que remontarse al 25 de octubre de 1879, cuando sonaron las caracolas de los huertanos avisando del peligro que significó la mayor de todas las inundaciones acaecidas en Murcia –a excepción de la de San Calixto, ocurrida el 14 de octubre de 1615– que pasó a la historia como la riada de Santa Teresa.
La modesta prensa murciana de la época se convirtió en el verdadero eco de la tragedia y todos los periódicos nacionales y del extranjero pregonaron la catástrofe de Murcia. Destacados fueron los nombres del obispo Alguacil, que llegó a abrir las puertas de su palacio para acoger a los damnificados, al igual que el alcalde Pascual Abellán, que desde los primeros momentos ordenó que las familias perjudicadas que llegaban a Murcia, de la huerta y del barrio de San Benito, se refugiasen en la Casa Consistorial. El rey don Alfonso XII, con tan trágico motivo, vino a la ciudad a prodigar auxilio a las víctimas de la espantosa inundación, aunque el verdadero héroe de entonces fue don José María Muñoz, que entre los pueblos y pedanías inundadas repartió su fortuna, dando 500.000 pesetas a Murcia y dos millones de reales a Orihuela. Siendo honrado posteriormente con un monumento que se ubicó en la plaza de Camachos y posteriormente al final del paseo del Malecón. El Comité de la prensa francesa editó con motivo de la tragedia, en solidaridad con los murcianos, el diario París-Murcia, en el que aparecían colaboraciones de las más acreditadas plumas del momento, incluidos Víctor Hugo y el ilustrador Gustavo Doré.
Si el octubre de 1879 fue nefasto, igualmente lo fue el calamitoso año de 1973, el año de la ETA y año de inundaciones trágicas. Las crónicas de ése año, verdaderamente negro, narran prácticamente en su totalidad a las importantes inundaciones que se produjeron en el sureste de la Península, en las provincias de Murcia, Almería y Granada con un balance de más de doscientas víctimas. Durante la jornada del viernes, catorce de octubre, un fuerte temporal de lluvias azotó toda la zona. Especial intensidad adquirió en la localidad de Puerto Lumbreras, donde se produjo el mayor número de víctimas.
En la noche del viernes al sábado numerosas localidades quedaron aisladas al cortarse la luz y el teléfono, en una noche auténticamente pavorosa, las aguas cortaron las carreteras, el ferrocarril, arrasando viviendas. En las primeras horas del sábado, cuando cesan la lluvias y se comienzan a efectuar los primeros auxilios, muestran un espectáculo desolador. Los príncipes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, se trasladaron a Puerto Lumbreras. Al recibirles, el alcalde lloró desconsoladamente. «Ni una lágrima más, le responde el príncipe. No estás solo». Desde todos los puntos de España se recibieron muestras de solidaridad para con los damnificados. El papa Pablo VI, al conocer la magnitud de la catástrofe, envió un telegrama de condolencia a las víctimas.
Octubre como abril son meses de lluvias torrenciales, que ponen de manifiesto que en Murcia nunca llueve y cuando llueve, llueve agua a cántaros.
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