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Opinión | TRIBUNA LIBRE

Carmelo Gómez Martínez

Enfermero especialista en geriatría y catedrático de Humanización de la UCAM

La esperanza de paliar

El final de la vida impele inevitablemente al ser humano a reflexionar acerca de las cosas más trascendentales de su existencia. Incluso cuando alguien que está muriendo se niega a hablar de su propia muerte, también toma la decisión en relación con una certeza más o menos intuida. Uno empieza a morir cuando es consciente de que el proceso o la enfermedad que padece no puede ser resuelto con los recursos de la ciencia actual. En este sentido las personas comienzan a morir cuando son conscientes de lo inevitable de su muerte próxima. Los recursos sanitarios empiezan a desdoblarse entre aquellos que deben seguir solucionando las incidencias de la salud cotidiana y aquellos destinados a paliar las complicaciones de la pérdida de salud por una enfermedad incurable. He ahí donde adquieren su máximo sentido los cuidados paliativos. Por ello debemos insistir en que los cuidados paliativos no son ponerle a un enfermo grave morfina y relajantes para dulcificar su paso a otra realidad. Son muchísimo más que eso. Adquieren su máxima importancia desde el momento en que tanto el paciente como su familia son conscientes de que el primero va a morir de una manera más que previsible.

Esto puede parecer un tanto irrelevante aquí y ahora si no fuéramos conscientes de que el pasado fin de semana se conmemoró el día internacional de los cuidados paliativos. A diferencia del año pasado, en este no ha habido ni bombos ni platillos en los medios de comunicación en torno a este tema. Hagamos un poco de memoria.

En octubre del dos mil veinticuatro nuestro Gobierno aprobó una ley que supuestamente garantizaría los cuidados integrales de todos los enfermos de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Unzué y Jordi Sabaté fueron valiosos adalides de una iniciativa que se difundió por redes sociales hasta llegar a los telediarios, para exigir la financiación de unos cuidados sanitarios que hasta la fecha tienen que sufragar ellos mismos con sus recursos personales. Probablemente, la utilización de las grandes cadenas televisivas como medios de prensa electoral hizo que los distintos partidos políticos se lanzaran a usar indiscriminadamente el sufrimiento de miles de personas en nuestro país, de los enfermos y de sus familias, para sacar algún rédito electoral. Al final todo fue mucho ruido y muy pocas nueces. Tal y como algunos agoreros predijimos la escasísima financiación estatal de la citada ley ha provocado que su propósito no se haya materializado. Y esto significa que miles de personas, en España y en nuestra Región de Murcia, deben seguir abonando de su bolsillo la mayor parte de los gastos económicos derivados de sus cuidados. Y es que no es lo mismo vivir mientras mueres siendo respetado y acompañado por todos, en la esperanza de que tu sufrimiento y el de tu familia será paliado, que hacerlo condenado al ostracismo de las administraciones públicas. Debe ser muy duro para un padre, madre, hermanos, hijos y/o cónyuge ver como tu ser querido fallece con tu pleno acompañamiento pero abandonado por el resto de la sociedad.

Sin duda, son los cuidados paliativos uno de los recursos más importantes a reforzar en nuestra sanidad pública. Hace unos meses pudimos comprobar cómo la compasión de un equipo de médicos y enfermeras vascos, que se ofrecieron a seguir atendiendo a unos niños en situación de final de vida fuera de su horario laboral, era inicialmente sancionado por la administración sanitaria pública. Afortunadamente, también pudimos comprobar cómo poco después esa misma administración amplió a veinticuatro horas la cobertura de los cuidados paliativos infantiles en el País Vasco. Quiero pensar que fue más por compasión que por miedo a perder votantes. Debemos sentirnos orgullosos los murcianos, ya que la nuestra es una de las tres comunidades en las que ya hace años que los cuidados paliativos pediátricos están cubiertos las veinticuatro horas de todos los días de la semana.

Desgraciadamente, lo que ocurrió en el País Vasco no se ha trasladado al resto de las comunidades autónomas. Quizás no sea un problema de financiación. Quizás solo sea un problema de deshumanización. Una sociedad que no es capaz de cuidar a los más vulnerables, preservando a toda costa la dignidad de aquellos que están muriendo, no es merecedora de ser considerada del bienestar, ni garante de unos mínimos valores y principios éticos. Ojalá vuelva la cordura, pero sobre todo la esperanza, la de los cuidados paliativos.

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