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Opinión | Tribuna libre

La cara del dolor

A lo largo de la historia, el dolor, en todas sus formas –física, emocional o espiritual– ha sido un tema de representación constante en el arte

Una obra de la artista palestina Rania Amodi.

Una obra de la artista palestina Rania Amodi. / L. O.

¿No os pasa que la lluvia os pone un poco melancólicos? Quizás el sonido del agua al caer genere algún tipo de efecto sensorial imperceptible, algo que se mete en lo más profundo y consigue modificar de manera sutil esa cadena de biorritmos de nuestras emociones. Dicen que ese repicar repetitivo del agua genera calma y relajación, que ayuda a conciliar el sueño, e incluso transmite una cierta sensación de seguridad. A mí lo que de verdad me relaja es la música clásica. Siempre que escribo necesito abstraerme de todos esos ruidos que habitualmente nos rodean y a veces te impiden pensar con claridad, y no hay mejor remedio que la música; al igual que el arte, te abre una nueva ventana desde la que asomarse.

Y en esa ventana estaba yo, abstraída, relajada, un tanto pocha, pensando en los últimos acontecimientos que estos días nos revuelven, distintos lugares, situaciones diferentes pero todas con el dolor como protagonista principal.

A lo largo de la historia, el dolor ha sido un tema de representación constante en el arte, plasmar el sufrimiento en todas sus formas –física, emocional o espiritual– no sólo es un modo de testimonio de esa parte íntima de la experiencia humana, sino también de catarsis: darle forma visible al dolor ayuda a liberarse de él. Artistas de todas las épocas han usado su arte como tabla de salvación, porque no olvidemos que el proceso creativo es ante todo sanador. Viene a mi memoria una obra que siempre me causó impacto, una pintura de Elisabetta Sirani del año 1659 titulada Timoclea mata a su violador. La escena muestra a la mujer tirando a un pozo a uno de los capitanes del ejército de Alejandro Magno que al invadir Tebas no solo la violó sino que también pretendía robarle joyas y oro. Lo que más me sorprende de esta obra es cómo la pintora convierte a la víctima en heroína. En este punto es inevitable no recrear mentalmente la excepcional escena Judith decapitando a Holofernes, de Artemisia Gentileschi, donde otra heroína corta la cabeza del general asirio para salvar a su ciudad del asedio; un acto de simbólica victoria interpretado además como gesto de reivindicación femenina de la artista hacia el hombre que la violó, en este caso su maestro.

'Timoclea mata a su violador' y 'Judith decapitando a Holofernes'.

'Timoclea mata a su violador' y 'Judith decapitando a Holofernes'. / L. O.

Como un árbol con infinidad de ramas, el dolor tiene tantas y tan diversas maneras de presentarse que hasta se podrían hacer categorías pictóricas distinguiendo el dolor físico del emocional o el espiritual, o del colectivo; y, dentro de ellos, cabrían otras tantas subcategorías.

Frida Kahlo es una de las máximas exponentes de ese dolor de tipo experiencial, su cuerpo roto fue un lienzo desde el que mostrar la fragilidad, pero también su fortaleza. Construyó su arte como un autorretrato del sufrimiento, un espejo no pensado para exaltar la belleza, sino para revelar a los demás su propio dolor físico y sobre todo emocional.

El dolor espiritual o existencial no es menos doloroso que cualquiera de los otros estados de sufrimiento, recordemos a Munch y su grito, ese desgarro interior, la ansiedad que éste provoca y las múltiples interpretaciones que puede tener según el filtro de cada espectador.

'El grito', de Edvard Munch.

'El grito', de Edvard Munch. / L. O.

Y llegamos al más polémico de los dolores, el más controvertido lugar de expresión para el artista, donde el arte se convierte en denuncia a la vez que memoria, el dolor colectivo y social, aquel que dibuja las consecuencias de las guerras, genocidios y todo tipo de violencia estructural. Kara Walker nos dejó sus siluetas sobre la esclavitud estadounidense; Raquel Forner, aquellas mujeres desesperadas lamentándose por la angustia de la Guerra Civil Española, y Ana Mendieta, sus performances sobre lo doloroso del exilio y la violencia de género.

Mientras suenan de fondo las notas del piano de Luke Faulkern –os recomiendo disfrutar de su talento, es una auténtica maravilla–, el dolor se convierte en terror cuando la guerra entra en acción y con ella un nuevo elemento se incorpora a la escena: el horror. Las terroríficas escenas de Käthe Kollwitz sobre la Primera Guerra Mundial, ese desfile de personajes decrépitos, moribundos, de madres llorando por la muerte de sus hijos. Mirando sus obras no llego más que a una conclusión: la historia es cíclica, cae una y otra vez en los mismos errores, aunque en realidad son sus protagonistas los que dibujan esas nuevas escenas de dolor. El poder, siempre el poder, el brazo ejecutor de tantas vidas que nunca quisieron saber de territorios ni odios, solo de seguir viviendo en la normalidad.

Como un álbum de ese horror que nos rodea, las imágenes de los artistas palestinos huyen de aquí para allá para contar su historia; algo se te rompe cuando ellos te desvelan la cara de ese sufrimiento. Las escenas de la muerte, de cuerpos ensangrentados y envueltos en sábanas, del hambre, la desnutrición, del sufrimiento generalizado, se entremezclan con otras no menos duras, como las de la pérdida de los seres queridos, rostros gritando, bombas y, como telón de fondo, el miedo. Obras como la de Rania Amodi, con esas madres protegiendo a sus hijos, el rostro de un niño asustado mirando desde un pequeño hueco de Kivara Ammar, o la caótica escena de Malak Mattar donde un joven lleva lo que queda de su vida sobre un caballo mientras huye desorientado de un escenario confuso entre bombas y muerte.

'No words', de Malak Mattar.

'No words', de Malak Mattar. / L. O.

¿Os habéis dado cuenta de que en muchas ocasiones es posible sufrir todos esos tipos de dolor al mismo tiempo? Sólo hay que mirar las obras de estos creadores para descubrir todas sus caras.

Hoy, además de sentirme melancólica, he descubierto que ese sonido de las gotas de agua al caer se denomina ‘chischús’, una onomatopeya que viene a dar un toque de cierta frivolidad a un escenario tan desolador.

Entre tanto dolor, suena Let it rain, de Samyula, y una esperanzadora melodía parece vaticinar que todo puede cambiar. Dejemos que la lluvia se lleve el dolor, que su vibración sane todo mal, quizás mañana sea posible volver a ver la luz. Ha dejado de llover y nuevas noticias surgen como ese hipnótico arcoíris con los primeros rayos de sol, sus resplandecientes colores nos recuerdan que no todo está perdido, después del gris siempre hay lugar para el cambio. La vida puede volver a empezar.

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