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Opinión | PINTANDO AL FRESCO

Cadena de favores

En el largo tiempo que llevo vivido me he encontrado con muy poca gente mala. Sé que la hay porque a veces he tenido que tratar con personas de baja catadura moral, pero han sido los menos. También he estado en la cárcel (a examinar a algún preso que estudiaba a distancia, ¿eh?) y se suponía que el grueso de los internos estaba allí por sus malas acciones o sea que sí los hay bordes, ladrones, canallas y capaces de matar a otro ser humano, pero son pocos. La gente mala en general no puede ser reconocida por su aspecto, porque precisamente uno de aquellos alumnos presidiarios a los que fui a examinar era un hombre joven con cara de no haber roto un plato en su vida, y al final me enteré que había asesinado a una persona y que tenía para treinta años de condena.

Ahora los malos han puesto de moda llamar ‘buenismo’ a la bondad natural, es decir, tratan de ridiculizar a los que practican lo que tradicionalmente se ha conocido como ‘ser buena persona’, por ejemplo, estar siempre dispuesto a echar una mano a alguien que lo necesite, prestarse a dedicar su tiempo libre con una ONG, jamás abusar de otro ser humano aunque esté bajo su mando, estar sensibilizado con los que sufren y ayudar en lo que le sea posible. Hay malos que antes eran buenos, pero han adaptado sus principios éticos a lo que le ordenan en su partido político, por ejemplo, con respecto a los pobres que huyen de sus países por el hambre, las guerras, etc., pero como yo soy de los ‘buenistas’ siempre espero que un día algunos de ellos se den cuenta de su error y vuelvan a ser buenos de los de antes.

Una actitud de bondad puede originar incluso ‘una cadena de favores’, y les voy a poner un ejemplo de algo ocurrido esta semana. El lunes, las calles estaban mojadas por la lluvia en Murcia ciudad. Por el carril correspondiente de la avenida Floridablanca va una chica de 18 años montada en una bicicleta. Se dirige a su instituto. De pronto ve que un hombre mayor que camina aprisa por la acera resbala y cae al suelo. Inmediatamente ella se para, deja la bicicleta y se lanza a atender al caído. Le ayuda a levantarse –es una chica fuerte, hace mucho deporte -. El hombre no parece haberse hecho daño, solo siente alguna molestia. Tras preguntarle repetidamente si se siente bien, la chica se despide, se sube a su bicicleta y corre hacia el instituto porque va muy justa de tiempo.

Cuando llega se da cuenta de que no tiene su monedero en el bolsillo. Por casualidad, ese día llevaba en él todos sus ahorros, 70 euros. Piensa que debe habérsele caído en el momento en el que se agachó y arrodilló para ayudar al hombre y corre hacia allí. Busca por todos los rincones de la zona, pero no lo encuentra. Su disgusto es tremendo. Está ahorrando bastante tiempo para algo especial y lo ha perdido todo. Cuando llega a casa y cuenta lo ocurrido su familia trata de consolarla, pero ella se siente fatal. Sus ahorros significaban mucho para ella.

Al día siguiente, por la mañana, suena el timbre de la puerta de su casa. Por el telefonillo la hermana de la ciclista pregunta quién es. Una voz de hombre le dice que si podrían bajar a recoger algo que se ha encontrado y que cree que les pertenece. Él dice que no puede subir hasta el cuarto piso donde viven. Baja la chica y se encuentra con un hombre joven que va en una silla de ruedas. Le enseña el monedero perdido y dice que se lo encontró el día anterior pero que no había podido traerlo inmediatamente porque le era necesario llegar a su casa en ese momento. Había visto la dirección en el carnet escolar de la chica y allí estaba, con el monedero, con sus 70 euros dentro. Le dieron las gracias encarecidamente. La chica está loca de contenta por haber recuperado todo, su dinero, la documentación, etc.

Y me falta por decir que el chico de la silla de ruedas era un joven con algo de bigote y una perilla. Y que era marroquí. Ya ven ustedes, queda buena gente y a veces se encuentran y pueden llegar a crear una ‘cadena de favores’.

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