Opinión | Misa de doce
Cucurrucucú paloma
A medida que vas creciendo la percepción de algunas cosas cambia radicalmente y lo que antaño idealizas a día de hoy detestas. A mí, particularmente, me sucede con las palomas, con las que solía jugar de pequeño en la Glorieta y darles de comer.
De hecho, una de mis películas favoritas durante la infancia fue Mary Poppins. Una obra maestra interpretada por Julie Andrews y Dick Van Dike (noventa y cien primaveras los contemplan), que por alguna circunstancia solía ver justo al final de las vacaciones de Navidad, cosa que me entristecía provocándome mis primeros brotes de melancolía, y que tiene como uno de los momentos más conmovedores la famosa secuencia de la mujer de las palomas, personaje interpretado por Jane Darwell a cuya aparición ponían banda sonora los hermanos Sherman con la mítica canción Feed the birds, por cierto una de las melodías favoritas de Walt Disney.
Pero como he comentado anteriormente, las palomas, a las que Picasso popularizó como símbolo de paz y continúan en la actualidad representando la pureza y esperanza en nuestro imaginario colectivo, provocan a día de hoy en mí una suerte de ornitofobia y rechazo más propia de Los pájaros del maestro Hitchcock que cualquier otra idealización que nos proponga la factoría Disney.
Si ustedes pasean por los barrios murcianos de Santa Eulalia y San Lorenzo, especialmente por la zona de la universidad, comprenderán mis temores y el por qué de mi animadversión. Actualmente transitar por algunas de las calles de estos barrios supone exponerse a focos que son potencialmente peligrosos para la salud pública debido a la acumulación indiscriminada de heces de paloma que albergan
Muchos vecinos de la zona hemos probado a implementar todo tipo de medidas disuasorias, tales como cintas irisdiscentes o dispositivos de ultrasonidos, que eviten que las palomas visiten nuestros balcones y defequen en nuestra ropa, pero el único resultado que hemos obtenido, hasta la fecha, es un sarcástico arrullo seguidas de una buena dosis de excremento.
La sobrepoblación de palomas en el centro de las ciudades es algo que las administraciones deberían vigilar con más celo. No sé si en mi barrio hemos alcanzado el número necesario de ejemplares para tildarlo de plaga, pero si no es así debemos estar cerca porque, como les digo, en algunas calles la situación es insostenible.
Otro aspecto importante es la responsabilidad que cada uno tenemos como ciudadanos para no agravar el problema. Me consta que hay una ordenanza municipal que prohíbe terminantemente dar de comer a las palomas para evitar su reproducción descontrolada, algo que muchos vecinos se pasan por el mismísimo arco del triunfo, profiriéndote todo tipo de maldiciones en arameo si osas recriminar su actitud. Y claro, no está uno para padecer otro ‘mal de ojo’, que de eso ya vamos bien servidos.
En fin, entre el ruido de la música de los bares, los ‘meaos’ de los que salen de fiesta, los gorrillas y la peste a mierda de paloma, se nos está quedando un barrio de capricho. No me extraña que muchos vecinos se hayan dado por vencidos y huyan del barrio en busca de un lugar mejor para vivir. Es triste y da mucha pena porque es nuestro hogar pero, tarde o temprano, todos terminaremos marchándonos porque aquí no hay quien viva.
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