Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión | Mamá está que se sale

El conservatorio

Un pasatiempo para señoritas, y luego un medio de vida

En qué se veía Blasico de llegar a todo: ir a su trabajo, hacer lo que fuera menester en su casa, y luego atender a su mujer. La pobre, agotada de vivir después de que se le muriera su hija Pepitica recién nacida, y de parir después a otra criatura muerta, estaba más necesitada de descansar que de ninguna otra cosa. Al menos habían tenido a Isabelica, un rayo de luz, aunque no la viera todo lo que él quisiera.

Hacía tiempo que Angeles se encargaba de todo lo concerniente a la niña. Ella y Braulio nunca tendrían hijos, y para Blas era un soplo de aire fresco la ayuda brindada por su hermana Angeles: la ausencia en el día a día de su mujer, y su propia falta de destreza en asuntos domésticos, le habían hecho ver en Angeles su salvación. Por otra parte, siempre había sido así, siempre había sido una segunda madre.

Sin embargo, antes de darse cuenta, o mejor dicho, sin enterarse siquiera, se encontró con que Angeles había matriculado a la niña en las Carmelitas. Sintió una punzada de tristeza cuando lo supo, y quiso imponerse como padre. No estaba dispuesto a que su hermana decidiera por él hasta ese punto. Pero entonces, Ángeles se presentó en su casa, trayendo consigo el uniforme nuevo. Cuando la niña salió con él puesto, hasta con un gorrito que llevaba, Blas no se atrevió a decir nada. La punzada de tristeza no se iba, pero tampoco se sentía con derecho a arrebatarle a su hija esa posibilidad. No tuvo más opción que asentir.

Lo uno trajo lo otro. Primero vino aquel colegio... y después llegó el Conservatorio. No tenía Isabelica ocho años cumplidos cuando ya atendía las lecciones de solfeo. No le disgustaban, allí hacía amigas, y era entretenido. Aunque ella, si le preguntaban, prefería jugar sin ninguna duda.

Angeles, consciente de la resistencia creciente de la niña, la acompañaba hasta la puerta y vigilaba que entrara... Más de una vez la había engañado metiéndose en el baño y saliendo al rato fingiendo haber terminado la lección. Así que allí se esperaba, en modo sargento, asegurándose que atendía las clases. Fueron años de grandes sacrificios: en primero una hora diaria de práctica de piano, en segundo, dos horas, y así sucesivamente, hasta llegar a los últimos cursos, en los que se requería estar nueve o diez horas practicando partituras una y otra vez.

La insistencia de la tía dio, sin duda, su fruto, y con el tiempo Isabelica terminó su carrera y pudo ejercer ella misma de maestra de música y de piano. Había valido la pena.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents