Opinión | Erre que erre (rock ‘n’ roll)
Mentir sin pudor

El músico estadounidense Tom Waits en un momento de su actuación hoy en el Kursaal de San Sebastián, donde ha abierto su gira europea en la primera visita a España de su carrera. Además, completará su visita al país con dos conciertos en Barcelona. EFE/Juan Herrero / JUAN HERRERO
Mientras volvía a casa en coche escuchaba Lie to Me de Tom Waits (del álbum Orphans: Brawlers, Bawlers and Bastards, 2006). Un rock muy a su manera, con arreglos austeros y ásperos, que exhalan líneas como: Tienes que mentirme, nena / Dame latigazos, miénteme como un perro / Realmente no me importa si me mientes, nena / No tengo problema con la verdad. Y entre risas, me ha venido a la mente la llamada (colgada abruptamente por parte de la receptora, como no podía ser de otra forma) de cuando le pedí a una individua explicaciones por sus constantes insultos y difamaciones. Puedo entender que a alguien no le guste mi forma de escribir o no comulgue con mi posicionamiento social, pero de ahí a la crítica cargada de odio y mentiras, va un trecho.
Mentir no es un descuido, es una elección consciente y casi siempre viene cargada de mala intención, demostrado queda que los mentirosos son en su mayoría seres humanos acomplejados, sabedores del daño que causan, desalmados.
Quien es capaz de mentir a los que alguna vez les han mirado con amor, es capaz de cualquier atrocidad. Hemos perdido el miedo a ejercer el engaño, yo me recuerdo tan coqueta e inocente, que pensaba mucho antes de decir una mentira por si como a Pinocho, crecía mi nariz.
Todo se supera excepto la traición, y la mentira es traición. Es pérdida, duelo, quebranto y decepción. Pero vamos, que a nadie le afectan las mentiras que a nivel personal haya podido sufrir una, son muchos años desarrollando habilidades sociales como para no saber defenderme ante tal necedad. Lo que realmente impacta es el engaño colectivo al que, como sociedad, estamos siendo sometidos, lo contó meridiano Hannah Arendt, historiadora y filósofa alemana, que desarrolló el concepto de ‘la banalidad del mal’.
«Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras».
La maldad se ha instaurado en el mundo con una fuerza incontrolada, ya no da pudor posicionarse del lado del dolor o de la mentira y me parece muy peligroso.
Ustedes dirán.
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