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Opinión | PAN PARA HOY

Torre Pacheco en fiestas

Otoño, lluvia, octubre: Torre Pacheco en fiestas. Celebramos a la Virgen del Rosario, aquella a quien se encomendaron los cristianos en Lepanto, batalla que el manco más famoso de la Historia (disculpen la mayúscula) describió como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros». Aquello fue un pitote gordo, pero tampoco es pequeño el sarao que se monta en mi pueblo. Disculpo a Cervantes su falta de provisión, que ya tiene bastante con las colonoscopias que últimamente le andan recetando los revisionistas.

Nuestro escritor tampoco podía imaginar la existencia del 24 horas de fútbol sala, antiguamente llamado futbito, término que separaba a este deporte del noble balompié como el atrio separa lo sacro de lo profano. Y como atrio actúa el tornillo, recuperado hace tres años para calentar motores y dar fuelle a rivalidades entre peñas y peñistas, sin llegar nunca al odio africano, salvo cuando ha habido de por medio levantamiento de parienta. Por afinidad animaba yo al equipo que se enfrentaba al de mi primo Álvaro, lo que no le sentó muy bien, pero ya nos hemos arreglado, y si acaso le queda algo que reprocharme, me valga su mención una disculpa.

Los premios son cosa seria: lomo, jamón y una botella de Juanito el Caminante etiqueta negra.

Después vino la gala de coronación de la Reina y su Corte, acto que tuve el honor de presentar más o menos acertadamente, con algún gazapillo del que salí airoso. La vida de estas jóvenes se transforma durante las dos semanas de servicio que prestan a la patria. Se van al año como Alfonso XIII, quien pasaría por aquí antes de salir por Cartagena. Él sí conocía la existencia del fútbol, pero ignoraba la futura creación de la panadería de Pedro, donde esta noche, o más bien por la mañana, me espera mi recena-desayuno, en esa extraña hora que mezcla al borracho y al madrugador.

La amistad se vive estos días de manera diferente. Las puertas de las peñas se abren a todo el mundo y aquel compadre con el que perdiste el contacto es otra vez tu hermano. Los viejos te invitan a quintos, mi primo José María hace sus primeras migas, dos pachequeros torean juntos y Santi (conocido antiguamente como DJ Imanol, en un derroche impúdico de carisma) te pincha los temitas que te gustan. También está la procesión, que es un capricho. Y una Virgen que escuchó el rezo de nuestros abuelos y ahora escucha los nuestros, sucediéndose una generación tras otra como las cuentas de su rosario.

Va una copla y echo la despedida. «Es la Virgen del Rosario/ la que más altares tiene,/ no ha nacido pachequero/ que en su pecho no la lleve».

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