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Opinión | LA FELIZ GOBERNACIÓN

El chiste de la chistorra

En la corrupción política hay un punto de no retorno, y es cuando la indignación deja paso al humor

En la corrupción política hay un punto de no retorno, y es cuando la indignación deja paso al humor. Si la cosa da risa, no hay vuelta atrás. La abogada de Koldo ha salido en televisión para afirmar que las chistorras son chistorras, y Ávalos nos asegura que los folios son folios. Todo es ya un meme. Merecen ser inocentes, tanto como consideran a los demás en la acepción de candidez.

La abogada, enfrentada a que la propia mujer de Koldo traduce las dos mil chistorras por un millón, un millón de no se sabe qué cosa, resuelve que se trata de porciones de la salchicha navarra. Dos mil billetes del color de las chistorras podrían equivaler muy bien a un millón de euros, pero esto es inconcebible. Y dice que cuando se habla de soles, el color amarillo de los billetes de doscientos euros, en realidad se apela a la moneda peruana, que no se sabe qué pinta en las conversaciones maritales entre esa pareja. Y nada dice la abogada de las lechugas, el color de los cien euros, pero bien podría ser el acompañamiento vegetal para ayudar a trasegar las chistorras.

La chistorra genuina, a pesar de tan recia denominación, que suena a garrotazo, es una delicatesen exquisita si se degusta en el lugar adecuado, como hizo un servidor hace unos días en el restaurante Olaverri de Pamplona. Como tuve la suerte de ser invitado no pude sospechar que cada pieza de las seis que me zampé equivalía a un binladen.

La corrupción política está tan normalizada que ya no escandaliza a nadie, y poco o nada influye en las elecciones, pero cuidado: cuando los pretextos de los corruptos atentan de manera tan cómica a la inteligencia ajena puede darse un efecto de reacción a través de la risa. Ciertos políticos están empeñados en dejar sin trabajo a José Mota, quien jamás habría sido capaz de ingeniar un sketck en que en la sede de Ferraz celebraran el resultado electoral consumiento chistorras troceadas en un millón de porciones, acompañadas de lechugas que fueran lechugas, todo ello pagado por Koldo en soles peruanos. Y con Ábalos pidiendo folios sin parar.

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