Opinión | El retrovisor
Veranos de picú

Playa de Águilas en 1965. / Archivo TLM
Nos hemos vuelto muy delicados, y sobre todo desmemoriados. En verano hace calor y en invierno frío. Los informativos de televisión nos alarman con grandes olas de calor que ilustran los mapas de la península ibérica pintada de sofocantes rojos en las regiones más calurosas. No obstante, hace mucho calor y quizás la culpa no sea únicamente de la estación veraniega sino de nosotros mismos y la autoridad competente y su manía de talar árboles dejándonos sin sombras en las que cobijarnos en la canícula.
En esta Murcia nuestra, en las horas de temperatura extrema, las viejas calles de los barrios más antiguos, con sus calles estrechas, permiten respirar a quienes por allí transitan, no así las nuevas avenidas y plazas que son auténticos hornos a las citadas horas. Lo que demuestra que nuestros ancestros gozaban de una aguda sabiduría a la hora de diseñar calles y barrios. Ahí tenemos como muestra el sesentero barrio de Vistabella y sus calles flanqueadas por frondoso arbolado que proporcionan agradables y frescas sombras a sus vecinos y transeúntes.
Los aparatos de aire acondicionado vomitan fuego en estos veranos cada vez más cortos en comparación con los tres meses de antaño, la economía no permite veraneos más largos, como lo fueron los veraneos familiares desde los inicios de los sesenta.
El verano sabe lo que se hace y por eso aprieta lo suyo en julio, mes decisivo del veraneo, porque el verano está compinchado con la juventud, con los hosteleros, con el quiero y no puedo tan extendido hoy en todas las clases sociales, privativo en otros tiempos de ciertos sectores de la burguesía.
Las batallas domésticas por el veraneo se ven en nuestros días asaltadas por la duda y el temor, sobre todo a la hora de viajar, pues existe el riesgo de quedar retenidos en medio de la nada si se viaja en tren o en el mejor de los casos, si se hace en avión, que viaje nuestro equipaje, mientras nosotros soportamos colas interminables y suspensiones de vuelos.
Qué deliciosos eran aquellos veranos; veraneos en familia en cualquier pueblo costero de la región: calles sin asfaltar, desplazamientos en bicicleta, paseos por la orilla del mar. Guateques sin fin, amores a la luz de la luna; veladas a la fresca, en la puerta de casa, envueltos por los entrañables aromas de tortilla a la francesa. Todo cambia y poco queda, incluso la música que sonaba en los viejos picús, melodías que nos hacen evocar los días de verano de la juventud ida.
Ocurrió, hace sesenta largos años, un 2 de julio de 1965, fue cuando los Beatles salieron del vinilo y algunos afortunados los pudieron ver actuar en carne y hueso. Los cuatro de Liverpool dieron su primer concierto en España, actuando en Madrid y Barcelona. Llegaron en un vuelo de Air France y actuaron durante unos breves treinta y cinco minutos que supieron a poco, en la plaza de toros de las Ventas. Don Camilo Alonso Vega, veraneante asiduo en las playas de Campoamor, era el ministro de la Gobernación y Carlos Arias Navarro, alcalde Madrid, en unos tiempos en los que el rock y los flequillos largos no estaban bien vistos, por eso había más grises rodeando el coso madrileño que espectadores. Actuó de presentador el gran Torrebruno y de teloneros ‘Los Pekenikes’. John, Paul, George y Ringo iniciaron su actuación interpretando Twist and Shout en unos tiempos en los que Manuel Fraga Iribarne era ministro de Información y Turismo.
Los Beatles fueron imprescindibles en aquellos guateques veraniegos de los sesenta, reuniones que suplían las escasas ‘boites’, antecesoras de las futuras discotecas que poblarían el litoral murciano en el transcurso de los años. El Dúo Dinámico y toda una invasión de la música británica: The Rolling Stones, The Who, The Supremes, The Temptations, The Four Tops, entre otros muchos, fundían con sus voces e instrumentos los viejos picús en unos calurosos y jóvenes veranos. El tiempo ha pasado pero siempre nos quedarán las viejas melodías de una época feliz, en unos veranos siempre tórridos.
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