Opinión | Nos queda la palabra
Tetas
«Sabe a teta», dice mi tío cuando el líquido o el sólido que impacta contra su paladar se sale de lo común.
Más allá de los sentidos, los pechos alimentaron nuestra transición desde la dictadura, donde, incluso, anhelábamos lo común. Al cambio contribuyeron las películas y revistas que ya era posible visionar sin salir de España y sin saber idiomas, aunque ciertamente el guión o el texto, junto a aquellas pantallas o posters desplegables, eran menos importantes que el contexto.
Con el tiempo, la liberación incluyó el biberón sin, por supuesto, aguar la riqueza de la insuperable leche materna.
Hoy, al parecer, una gran parte de las jóvenes madres no se lo piensa. A discreción, al antojo de sus vástagos desde el primer segundo de su existencia y hasta que el bebé llore porque, quizá, tenga que ir a la mili.
24/7, de día de noche. Brazo y pecho.
De esta forma, dan el do y el resto de la partitura para criar unos jóvenes que, a la fuerza, no conocerán, en occidente, claro, el hambre ni la insatisfacción de ajustarse a unas reglas o a una negativa.
No seré yo el que critique el más natural alimento y lo que no es alimento, cual protagonista de La teta y la luna, de Bigas Luna. Convencido estoy, como el resto de los mortales, que sin tetas no hay paraíso, que este verano toma forma de playa donde abunda el ‘topless’.
Lo que extraña es esa atadura total y moral que impide a las madres respirar en época de crianza, tan dura de por sí como lo es traer a alguien a este mundo.
Como si de una religión se tratara, atendiendo a los mensajes y videos que lanzan en las redes determinados influencers, nacen cada día una generación de niños y niñas capaces de ratificar no solo que quien no llora no mama, sino que, aun sin llanto, ahí está siempre la mamá.
Coda: Este didáctico artículo suple al que me hubiera gustado escribir sobre el odio contra los menores no acompañados, pero no me quiero llevar una leche de los que, aquí en la Región de Murcia, mecen la cuna.
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