Opinión | Dulce jueves

Líderes ejemplares

La política se percibe como un juego sucio, algo lejano y ajeno

El expresidente del Gobierno Felipe González en una imagen de archivo.

El expresidente del Gobierno Felipe González en una imagen de archivo. / EFE

El rey emérito está a punto de publicar sus memorias, tituladas Reconciliación. El anuncio me ha llevado a pensar en la necesidad, casi instintiva, que como sociedad tenemos de contar con líderes ejemplares, capaces de inspirar, integrar y unir en torno a proyectos comunes. La ejemplaridad no es sólo una virtud personal, sino un símbolo que ayuda a construir un relato compartido.

Recientemente estuve en Colombia y me sorprendió ver retratos de Simón Bolívar por todas partes, en salones, aulas, bibliotecas y plazas. Bolívar, con sus luces y sombras, sigue siendo allí un mito intocable, un símbolo construido a partes iguales de hechos y ficciones, pero que funciona como referencia común. Representa un ideal compartido, una idea de nación. En España no tenemos una figura así. ¿Pudo haberlo sido el rey? Tal vez, pero nunca llegó a encarnar ese papel simbólico de unión más allá de las instituciones. Nos cuesta reconocernos en una historia común. Y eso dice mucho de nosotros: de nuestra desconfianza, de la dificultad para proyectar símbolos duraderos y de nuestra relación no resuelta con el pasado.

El vacío de referentes se nota, sobre todo entre los jóvenes. Las encuestas llevan años reflejando su distanciamiento de la política: desencanto, desinterés, desconfianza. Falta alguien que inspire, que conecte, que dé ejemplo. No solo en la política, pero ahí se nota más. La ausencia de figuras creíbles agrava la sensación de que todos son iguales, que nada va a cambiar, y alimenta un escepticismo generalizado que desemboca en pasotismo: si no confiamos en nadie, ¿para qué participar? La política se percibe como un juego sucio, algo lejano y ajeno. Muchos jóvenes no encuentran sentido en implicarse y el espacio público se vacía, dejando el terreno libre a los de siempre.

Y encima, cuando surgen posibles referentes, el propio sistema los rechaza. Ahí está el caso de Felipe González, con militantes socialistas recogiendo firmas para expulsarlo del PSOE, o el linchamiento público de Eduardo Madina cuando se insinuó como alternativa a Sánchez. La política devora a quienes podrían renovar el liderazgo, y eso solo alimenta la crisis de confianza y la fractura interna. Las redes sociales han hecho todo esto aún más difícil. El ritmo es frenético, lo que importa no es lo que haces, sino lo que dices que has hecho o harás, sea o no real, como en esa reciente viñeta de El Roto en el que sobre un fondo blanco se anuncia, con el lenguaje de las aplicaciones virtuales: «La realidad no está disponible en estos momentos». Javier Gomá advierte sobre la vulgaridad triunfante: el debate se convierte en exhibicionismo emocional con desprecio de los hechos y el diálogo. En ese entorno tóxico, la ejemplaridad parece imposible, pero la necesidad de líderes íntegros sigue ahí. Es una actitud natural que no deberíamos perder. Porque, aunque hoy parezca ingenuo, seguimos necesitando mitos que nos ayuden a reconocernos y a construir futuros posibles más allá de esta desesperanza y hartazgo que lo invade todo.

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