Opinión | Nos queda la palabra

Un verano machista

Malditos todos aquellos que, en este tórrido existir, propagan, por acción u omisión, el fuego de la desigualdad de sexos y, por ende, la muerte

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard

Tres mujeres muertas. Un niño asesinado por violencia vicaria, la que tiene como objetivo dañar a la madre donde más duele. Y dos mujeres aparecidas muertas tras darse por desaparecidas.

Es el aberrante balance de la primera semana del verano y sólo acaba de comenzar.

Un goteo de sangre que acelera la cifra de la vergüenza durante el estío. Si los calores. Si el mayor tiempo de convivencia con motivo de las vacaciones.

Si, ante todo, el paso atrás que suponen las ideologías que minusvaloran o niega la violencia machista.

Terrible que estos siete días se cierren con un informe sobre la juventud española donde se muestra el avance del negacionismo, el universo de la manósfera o misoginia desde las redes, y la no menos abracadabrante ‘moda’ de ser de ultraderecha. El resultado es que las tesis que defienden la igualdad de género han caído 14 puntos en los últimos cuatro años, reduciéndose al 40% y al 66% de los y las jóvenes, respectivamente.

Un caldo de cultivo abonado por las comunidades autónomas atrapadas por la extrema derecha, en cuyos presupuestos se mantienen o aumentan las partidas para fomentar las vocaciones taurinas mientras disminuyen en la atención a las mujeres maltratadas y en la prevención del acoso sexual.

Es más, negar el machismo se exhibe como un triunfo, jactándose de no participar en las protestas que merecen los viles asesinatos.

Y todo ello con la comprensión y el aplauso no sólo de los jóvenes, sino también de muchas mujeres adultas, que denuestan el movimiento feminista como si fuera lo opuesto al machismo. «No me representan, yo me sé defender sola», me comentaba una conocida en estas jornadas aciagas... como si las mujeres que sostienen la pancarta no defendieran, como máxima, la autonomía individual. Cuando no rescatan chistes o gracietas del más rancio machismo que nos remontan a la dictadura.

Malditos todos aquellos que, en este tórrido existir, propagan, por acción u omisión, el fuego de la desigualdad de sexos y, por ende, la muerte. 

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