Opinión | Pasado a limpio

Las hogueras de San Juan

Un niño palestino busca leña, plástico y conservas en un vertedero en Al-Zawaideh, Franja de Gaza.

Un niño palestino busca leña, plástico y conservas en un vertedero en Al-Zawaideh, Franja de Gaza. / Abdel Kareem Hana

Entre los ritos paganos más ancestrales, las fiestas de los solsticios han perdurado, incluso disfrazadas con nombres de los nuevos panteones. Algunas iglesias cristianas tienen luminarias orientadas al primer sol del invierno o el primero del verano, básicamente, como Stonehengen, aunque dedicadas a otra deidad. Que el ritual cristiano desplace la fiesta a Navidad o a San Juan, es mero revestimiento.

En Alicante es fiesta mayor y en las fogueres se celebra el nuevo ciclo solar comiendo la coca en forma rectangular, que simboliza el alargamiento del día y el acortamiento de la noche, según me dice mi amigo Paco Navarro, académico de gastronomía. Los ninots tienen motivos alegóricos de lo más variado y, entre ellos veo un Donald Trump que bien podría quemarse en salsa all i pebre, para no perder el contexto.

La hoguera de la megalomanía

Por si no hubiera bastante con la masacre de Gaza –no le llamo genocidio porque, siendo delito de lesa humanidad, mientras que no haya condena, el premier israelí es presunto inocente–, Netanyahu ha iniciado un nuevo frente con Irán para encubrir sus corrupciones internas y su emulación del lebensraum –espacio vital del III Reich– que, no sólo enfanga más su prestigio internacional, sino que enciende la mecha de un polvorín, qué digo, ¡la fábrica de la pólvora! Apela ilícitamente al derecho de defensa, pero si no lo tenía en Gaza, porque una potencia ocupante de un territorio que no le pertenece no tiene tal derecho, tampoco lo tiene con Irán, puesto que fue Israel quien inició la agresión. Taimado y ladino como es, convierte al perverso régimen de los ayatolás iraníes en enemigo y la servil UE le compra el discurso, en detrimento del Derecho Internacional.

Su colaborador necesario es Donald Trump, que lo financia indisimuladamente, mientras conmina a los supuestos aliados de la OTAN a incrementar astronómicamente su gasto en defensa al tiempo que los margina de cualquier decisión, incluso las que podrían comprometer a la propia alianza. Un gasto de tal magnitud sólo puede afrontarse adquiriendo material bélico estadounidense, de manera que la exigencia es un negocio bastardo y su aceptación, una sumisión.

La hoguera del Oriente Próximo-Medio prende peligrosamente, hasta el extremo que los casus belli de ambas guerras mundiales parecen excusas infantiles. Mientras, Trump se regodea en su egocentrismo, encendiendo la mecha con un bombardeo preventivo, que es una acción bélica ilícita doblemente prohibida, porque lo hace sobre instalaciones nucleares. Inmediatamente después, declara una paz en la que supuestamente no es beligerante. Cualquier otro caso se calificaría de perversión paranoica, pero es el presidente de EE UU y Europa casi le aplaude.

La hoguera de la incompetencia

La nacional. Pedro Sánchez en horas críticas es cuestionado por sus propios aliados, por no hablar de los críticos de su propio partido. Si no sabe gestionar los tiempos y no toma las decisiones adecuadas, podría terminar pronto la legislatura. Sin embargo, Feijoo se enreda en sus propias incongruencias. Insinúa que pudo haber pucherazo en unas elecciones de las que hasta ayer se proclamaba vencedor. Él mismo fue presidente de Correos, pieza principal del sistema electoral que creíamos especialmente riguroso. Ergo, o es sabedor de los fallos del sistema y los ha callado, o el seguidismo a Aznar le lleva a repetir todas sus chaladuras, algunas tan peligrosas como las armas de destrucción masiva de Irak o los atentados del 11-M. En lugar de esperar a ver pasar el cadáver de su enemigo, Feijoo se ata los cordones de los zapatos y, trastabillado al saltar la hoguera, se quema en ella.

Cuando los éxitos económicos y diplomáticos de Pedro Sánchez se tambalean ante sus precarios apoyos, Felipe González vuelve a darnos lecciones de política; él, que encubrió corrupciones de todos los colores. Koldo, Ábalos y Cerdán no llegan ni a la mitad de Roldán y el GAL es más vergonzante que la foto de las Azores; por no hablar de la OTAN, de entrada, no. En aquel referéndum se decía que no entraríamos en la estructura militar, curiosa forma de pertenecer a una alianza militar.

Saltar el fuego

Una de las tradiciones seculares de San Juan es saltar la hoguera o andar por encima de las brasas. Es un rito de renovación, que simboliza la purificación del hombre nuevo, que acaba con los lastres del pasado. Recuerdo de joven ver arrojar a la hoguera, o estrellar contra la pared, viejos objetos que estaban inservibles.

Toda purificación es también una purga, implica una conciencia siquiera primitiva de lo bueno y lo malo. Antes de volver calle abajo, como decía Serrat «y con la resaca a cuestas, /vuelve el pobre a su pobreza, / vuelve el rico a su riqueza / y el señor cura a sus misas. / Se despertó el bien y el mal...»

Justo ahora, a partir del día más largo, empieza un lento declive hasta el próximo solsticio. El viaje continúa y las hogueras se apagaron.

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