Opinión | El que avisa no es traidor

Tufo a medioevo coronado

Entre las fuerzas democráticas de todo signo se hablaba antes de «fuerzas oscuras» para referirse imprecisamente a sectores sociales, económicos, etcétera opuestos de una manera u otra al «progreso», entendiendo por tal no la plasmación de ideas de izquierdas sino de prácticas políticas que buscaban mejorar la sociedad. Cosa que, en el caso español, significaba claramente superar anclajes del pasado, que no era otro que los 40 años de nacionalcatolicismo encarnados por la atávica figura del general Franco y todo lo que significaba.

La extemporánea intromisión de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en la política por medio de la petición de elecciones generales hecha por el portavoz de ese organismo, el ciudadano César García Magán, retrotrae a aquella época, parece dictada por la nostalgia de ella y va más allá. Algunos obispos, no todos, pero sí los que controlan, comulgan, nunca mejor dicho, con posturas de los líderes de derecha extrema, Alberto Núñez Feijóo, y de extrema derecha, Santiago «Y-cierra-España» Abascal.

Los prelados tienen perfecto derecho a pensar como quieran y a votar consecuentemente: a título personal, no como representantes de la Iglesia Católica. Solo faltaría que una pastoral del presidente de la CEE o cualquier obispillo de provincia eclesiástica invitara a los párrocos a predicar desde los púlpitos de unas iglesias cada vez más vacías –por algo será– en el mismo sentido que el portavoz lo ha hecho. Por ese camino, acabarían declarando ‘legítima cruzada’ la lucha para sacar al ‘perrosanxe’ del Gobierno, en clara y directa reminiscencia del acto político que convirtió el golpe de Estado militar contra la Segunda República en eso mismo: una Cruzada.

Si se cumpliera la aconfesionalidad del Estado y la plena separación de poderes, habría un sistema laico igual que en Francia o México. Pero como no hay ni la una ni la otra, la dirigencia episcopal se ve con manos libres para intervenir en política cuando le place, al tiempo que estafa a todos sus rebaños ciudadanos eludiendo el pago de impuestos, apropiándose de bienes inmuebles por la jeta de Aznar y teniendo su sistema educativo confesional católico financiado con los impuestos que la Iglesia no paga.

Retrotrae esta salida de pata de banco al tiempo que los ensotanados compartían mesa con reyes y nobles para deleitarse de determinados manjares, y quién sabe qué otras cosas, mientras la plebe indigente penaba. Esa regresión cuadra en el tiempo con la primera concesión de títulos nobiliarios hecha por este rey tan moderno y comprensivo, casado con una star system como corresponde, ejerciendo de nuevo el privilegio de sus antepasados borbones, continuado 40 años por el Innombrable generalote y otros tantos por su propio padre, el que se equivocó y prometió enmendarse.

Cada uno es muy libre de empañar su imagen como le plazca. Lo digo por la aceptación de honores nobiliarios por Luz Casal y Cristina García Rodero, admiradas y de intachable recorrido vital y profesional. Pero el tufo a medioevo que emana de ambos asuntos hace el ambiente aún más irrespirable. Al menos para quienes ansían una auténtica modernización del Estado y de sus estructuras. Recuperar instrumentos de nuestro peor pasado no parece que tenga sentido.

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