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Vicesecretario de Organización, Comunicación y Electoral del PPRM

La corrupción del PSOE, una vergüenza nacional

Lo que vemos es un Ejecutivo asediado por la corrupción, incapaz de ofrecer explicaciones claras, y peor aún: incapaz de garantizar limpieza en su propia casa

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero. / EFE/Mariscal

Los escándalos de corrupción del PSOE se suceden por horas. Mientras escribo estas líneas, el Tribunal Supremo confirma su imputación a Santos Cerdán, el segundo secretario de Organización nombrado por Pedro Sánchez, y, además, ordena registros en la sede del Partido Socialista en Ferraz, en el Ministerio de Transportes, en la Dirección General de Carreteras y en ADIF. Por si quedaba alguna duda acerca de las ‘sinergias’ de corrupción entre el PSOE de Sánchez y el Gobierno de Sánchez.

Mientras Pedro Sánchez se encierra y ‘bunkeriza’ en la Moncloa, la UCO de la Guardia Civil irrumpe en la sede del PSOE. La auditoría a la que se comprometió en aquella comparecencia fúnebre ya se la están haciendo el Tribunal Supremo y la Guardia Civil. Este nuevo escándalo, que muy posiblemente haya sido superado por otro que haya surgido después de terminar de escribir este artículo, incide en la necesidad de que, por pura higiene democrática, Sánchez dimita irrevocablemente y dé la palabra a los españoles.

Sánchez es el máximo responsable de la situación insostenible de degradación que sufre nuestra democracia. Es el elemento común de las tramas de corrupción en el PSOE. Y, desde luego, no hay más víctimas que los españoles, que asisten impotentes al latrocinio de dinero público por parte de una banda de delincuentes surgida a la sombra del PSOE y el Gobierno de Sánchez.

Incluso ha tenido el descaro de reconocer que no convoca elecciones porque las da por perdidas. En un rasgo de despotismo muy propio de él, asegura que pretende salvar a los españoles de su propia y soberana decisión en las urnas. Increíble, pero cierto. La realidad es que su único objetivo consiste en seguir resistiendo a toda costa en Moncloa para, mientras tanto, incrementar su guerra sucia contra jueces, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y oposición para tapar su corrupción. E intentar sacar adelante leyes que le permitan controlar la Justicia.

Sin embargo, esto no acaba más que empezar. Lo que estamos conociendo del caso PSOE solo es la punta del iceberg que toca de lleno a Sánchez, su familia, su Gobierno y su partido. Y no lo decimos nosotros: así lo ha afirmado, por ejemplo, el mismísimo García-Page, presidente socialista de Castilla-La Mancha.

Pero el último gran bulo propagado por Sánchez es que su Gobierno es implacable contra la corrupción. ¿Quién se lo va a creer cuando sus dos ‘números dos’ están señalados por corrupción, él mismo ha rebajado las penas por malversación y ha puesto en marcha una cloaca para tapar las investigaciones policiales, judiciales y periodísticas? ¿Y cuando ha tardado un año y medio en expulsar a Ábalos del PSOE, a diferencia de la rapidez con la que actuó para echar a Nicolás Redondo y Joaquín Leguina o abrir expediente a Javier Lambán por discrepar? Es verdad que son implacables, pero para corromperse.

Además, que la ministra portavoz del Gobierno diga abiertamente que no sabe si más ministros van a ser implicados en casos de corrupción es la confirmación de que este Gobierno está completamente fuera de control. Es sencillamente inaceptable. Y no se trata de rumores, sino de un Gobierno que reconoce, delante de todos los ciudadanos, que no puede garantizar que sus propios ministros estén libres de corrupción.

Es una humillación para los ciudadanos honestos que pagan impuestos. ¿Cómo pueden los españoles confiar en un Gobierno que ni siquiera sabe lo que ocurre dentro de su propio Consejo de Ministros?

Lo que vemos es un Ejecutivo asediado por la corrupción, incapaz de ofrecer explicaciones claras, y peor aún: incapaz de garantizar limpieza en su propia casa. Cuando un Gobierno pierde el control, cuando la corrupción salpica a quienes tienen que dar ejemplo, lo que corresponde es asumir responsabilidades. No excusas, no ambigüedades, no disculpas pueriles: dimisiones inmediatas.

Porque un Gobierno manchado de corrupción no puede seguir ni un minuto más representando a un país entero. Esto no es solo un escándalo político: es una vergüenza nacional.

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