Opinión | El retrovisor
Lujuria
Hoy, los puteros están de moda

Fotografía de Christer Strömholm, Barcelona, 1959.
Fueron los puertos de mar los que siempre destacaron por sus barrios, conocidos estos popularmente como ‘barrios chinos’, sin llegar a estas alturas de la vida a saber realmente el motivo de tal apelativo. Puede que fuera por el exotismo de los ciudadanos de aquel país oriental, las películas de Fu Manchú o los relatos de las mil aventuras que narraban los marinos curtidos en los recónditos mares de este mundo, cuando tocaban tierra después de meses de navegación. El cuerpo les pedía alivio, y los hombres de la mar encontraban en esos concurridos puertos los amores de mujeres que tenían como contraprestación modestas cantidades de dinero.
Hoy, los puteros -es decir, los señores que gustan de los favores de señoras de moral disipada- están de moda, precisamente cuando el polémico Gobierno de Pedro Sánchez trata de limitar la prostitución, cuyos límites vienen obligados por la decisión en forma de voto parlamentario del exministro José Luis Ábalos, benefactor y asiduo de las llamadas señoritas ‘escorts’. Un Parlamento en el que no faltan chorizos, puteros y acosadores sexuales con la salva excepción, de momento, del clásico inmoral de la gabardina apostado en un oscuro rincón.
Habrá que preguntarse si realmente se puede considerar a los puteros como feministas recalcitrantes o todo lo contrario: no existirían los puteros si no existieran las putas y viceversa, sin llegar a pecar de machista. La historia nos habla de favoritas, concubinas, amantes que rodearon a la realeza, al clero o a la nobleza; pobres y ricos que buscaron el sexo sin contar con los favores de Cupido, el que lanza sus dardos uniendo los corazones en forma de amor.
Mantenidas en tiempos cercanos, suplentes de esposas humilladas por el deseo carnal del varón, hijos avergonzados por la lujuria paterna: queridas ocultas en la penumbra del segundo hogar; ninfómanas, mujeriegos, esposas y maridos infieles, clientes de tristes habitaciones de hotel abiertos a las relaciones ilícitas en horario laboral. Amores fríos, puro sexo; infidelidades con amores fingidos o no, dan forma a todo un abanico de posibilidades en el tú y yo de las parejas en celo.
La Cuesta de la Magdalena, la Casa Negra; puticlubs de carretera, masajes; pisos ocultos; aficionados a los palcos de proscenio de teatros con actuaciones de compañías de revista; salones de striptease, antros sórdidos acogen a los puteros en sus distintas variedades ante una copa que sirve para romper el hielo: el putero ‘manzanilla’, putero locuaz que desahoga su verbo reprimido en el hogar; el putero ‘breva’, tímido y ruborizado noctámbulo que cede a la iniciativa en el mero trámite carnal; el ‘judas’, parroquiano habitual de locales que goza de los favores de la madame y profesionales del sexo, toda una variedad de estilos y formas de actuar de los insatisfechos emocionales, de frustrados por el divorcio, de solitarios empedernidos que encuentran solución temporal a sus problemas en el frío tálamo. Puteros generosos, puteros aprovechados de la necesidad y las miserias del prójimo; benefactores en busca de prebendas amorosas; refugio de guerreros incomprendidos que buscan y encuentran el abrazo que la vida y las circunstancias les negaron.
Artistas como Toulouse-Lautrec, reyes como Enrique VIII de Inglaterra, Felipe IV de España; Giacomo Casanova, Lope de Vega, Fidel Castro; papas renacentistas, espías de delante y detrás del Telón de Acero, y gloriosos militares que se rindieron ante un «Hola, guapo…», palabras pronunciadas por mujeres de bandera.
En los tiempos que corren habrá que volver a leer a Camilo José Cela en su magistral y prohibido Izas, rabizas y colipoterras, aquel drama con acompañamientos de cachondeo y dolor de corazón, obra del premio Nobel y del fotógrafo Juan Colom, que vio la luz gracias a Manuel Fraga en los moralistas y permisivos tiempos de una prostitución controlada en la España del Régimen.
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