Opinión | La feliz gobernación
¿Y si cae Sánchez?

Ilustración de Pedro Sánchez. / Leonard Beard
Me miró como si le hubiera preguntado en un idioma desconocido. Tardó unos instantes en contestar. Y al final replicó: «Eso no va a ocurrir». La pregunta había sido: «¿Y si cae Sánchez?». Mi interlocutor era un muy alto cargo de la nueva ejecutiva del PSOE, en una conversación que mantuvimos pocas semanas después de la celebración del congreso regional. Ya estaban en fase avanzada algunos de los casos que cercan hoy al presidente del Gobierno, pero recibí la impresión de que no inquietaban a sus leales. Todo aquello era como un ruido ambiente al que el oído se acostumbra sin que interfiera en lo que uno está haciendo: cuántas veces, con la radio puesta, no nos hemos percatado de su sonido hasta que se ha producido un cambio brusco en el hilo de la programación.
Sin verlas venir
Pues bien, en el PSOE pareciera que no las hubieran visto venir. Se han consolado tras sus parapetos de la fachosfera, el fango, los bulos, el lawfare... en un increscendo en el que han apretado con ‘la UCO patriótica’, los jueces fachas, los fiscales pichafloja y los pseudomedios, y en un acceso de mitomanía han llegado a creerse su propio delirio hasta el punto de que pusieron a una fontanera a investigarlo con los propios métodos que denunciaban.
Toda una construcción a la defensiva de un mundo exterior que les resulta adverso, no por causas fundadas y sólidos indicios, sino por una derecha no democrática que busca a toda costa la reconquista del poder, sobre el que cree tener un derecho patrimonial. Y por si faltara algún cordón de seguridad, ahí está Sánchez, un líder de probada resistencia, capaz de sacar recursos de las flaquezas, habilidoso funanbulista que se crece en el peligro, superviviente nato contra todo acoso, incluso del original de su propio partido. Los dirigentes socialistas se creían inmunes a las acusaciones de corrupción en la cúpula, pues ¿quién podría emitirlas? ¿El PP? Un partido que tendría por qué que callar, pues se expone a la devolución de la moneda del ‘y tú más’. Un razonamiento perfecto, salvo que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.
La misión inacabada
Por otro lado, el PSOE se otorga una misión inacabada. Es la última perla progresista en Europa, e incluso en un planeta afectado por el virus del trumpismo en el que la ultraderecha acecha en cada esquina, prueba de lo cual es el mapa autonómico y el de las grandes ciudades ‘tocado’ por ella. El enemigo exterior cohesiona. Es más, sirve para mitigar el alcance de las ‘anécdotas’ (Sánchez dixit) de los casos de corrupción, sobre la que proponen dos tesis contradictorias entre sí: una, ·«ningún partido está libre de incurrir en ella», y la otra, «la izquierda no es corrupta». El silogismo no es conclusivo, pero da igual.
El problema de la ‘misión inacabada’ por la que habría que resistir como fuera hasta 2027, es decir, con el estigma de la corrupción del núcleo fundacional del Peugeot, es que se trata de una misión ni siquiera empezada. Todavía hoy, cuando miembros del Gobierno o portavoces de los socios de investidura hablan de los logros sanchistas mencionan exclusivamente dos evidentes avances sociales: el incremento de las pensiones de acuerdo al IPC y la subida del salario mínimo, pero se olvidan de indicar que estas actuaciones se produjeron en la anterior legislatura. En la actual, todas las acciones básicas del Gobierno han estado conducidas a satisfacer las demandas de los independentistas catalanes, colaboradores necesarios en el mantenimiento de la presidencia de Sánchez, y las políticas sociales que se han insinuado han ido quedando en dique seco, pues la coalición parlamentaria no es progresista en su totalidad sino también en parte nacionalista, y partidos como Junts, que en muchos aspectos se asemejan en sus tesis a la ultraderecha, establecen la prioridad de sus imposiciones a cualquier otra colaboración que, por lo demás, tampoco se produciría si las iniciativas fueran de izquierda.
Parlamento de quita y pon
Y de nuevo nos encontramos con contradicciones estructurales. El Gobierno reivindica su legitimidad en que, a pesar de haber perdido las elecciones frente al PP, la investidura se la procuró la colaboración de otras fuerzas parlamentarias. Un razonamiento impecable, pues en el Parlamento reside la voluntad popular. Pero esto no es congruente con la declaración posterior de Sánchez, a la vista de que no consigue aprobar las leyes que propone, de que «gobernaremos sin el Parlamento». Es decir, sin Presupuestos y mediante decretos-ley: los primeros, sin siquiera presentarlos como exige la Constitución, y los segundos, convertidos en moneda corriente cuando están reservados a casos de urgencia o extrema necesidad. Así, Sánchez resiste sin disponer de unas cuentas normalizadas y sustituyendo la iniciativa legislativa por ‘acciones de Gobierno’, lo que crea el marco de arbitrariedad en que se desenvuelve.
Los brotes de corrupción constituyen una gran contrariedad en este contexto inestable, pero la experiencia demuestra que tal anomalía no se paga al instante. El electorado apenas registra la corrupción como motivo principal de su voluntad ante las urnas, tal vez porque el historial de la democracia española permite considerar la reflexión, que todos hemos escuchado alguna vez, de que «ya que todos se corrompen, prefiero que lo hagan los míos». De manera más refinada, la seguimos escuchando a algunos socios del Gobierno: que la corrupción no interfiera en el proyecto progresista del Gobierno.
La corrupción no se suele pagar a la corta, como muestra el hecho de que el PP sobrevivió electoralmente a la Gürtel hasta que el PNV decidió sumarse a la moción de censura del PSOE. Si Rajoy resistió hasta un final decretado por otros ¿por qué no habría de intentarlo Sánchez en una situación similar?
Pastorear a los socios
Sánchez es un as en el pastoreo de sus socios izquierdistas para que éstos mantengan la prioridad de la ‘acción de Gobierno’ y obvien la corrupción: su carta al secretario general de la OTAN para soslayar la inversión en rearme del 5% del PIB es una obra maestra, pues con esto esconde que está dispuesto a llegar al 2%, que era el porcentaje al que hasta ahora se oponían Sumar y los otros. Es la perfecta técnica del cambiazo: hace que estén atentos a una mano mientras arma el truco con la otra. Les ha colado a todos, menos a Podemos, que huele elecciones y pretende llegar a ellas con el pedigrí intacto, aunque sufra la contradicción de no querer asumir los riesgos por la caída del ‘Gobierno progresista’. En realidad, nadie desea ese protagonismo, y por eso son tan patéticos los juegos de equilibrio. Aspiran a que la fruta macoca caiga por sí misma, pero esto supone desconocer la capacidad de resistencia de Sánchez.
Sin embargo, alguna posibilidad hay de que caiga por su propio peso. Él mismo, sin querer, lo desveló cuando le preguntaron por qué no había dado crédito a las advertencias que le llegaban sobre Cerdán. Dijo que como sabía que otros casos eran falsos (pensaba, sin duda, en el de Begoña) no dio crédito a lo que se decía sobre su secretario de Organización por entender que todo formaba parte de la misma rumorología. Corre el riesgo de que más adelante se demuestre que los ‘otros casos’ tienen la misma consistencia que el de Cerdán. El de su santa, por ejemplo, es un caso de libro sobre tráfico de influencias, incluso sin necesidad de esperar a la resolución judicial. O las posibles implicaciones de Armengol o Ángel Víctor Torres en la trama de las mascarillas. Aun así, es posible que no sea la corrupción la que lo tumbe sino la banda sonora de sus conversaciones con Cerdán sobre las negociaciones con Puigdemont y Bildu. Sus socios han puesto el listón en la aparición de la anotación ‘P. Sánchez’ o en la financiación ilegal del PSOE, pero es obvio que ninguna auditoría detectará operaciones de ingeniería financiera ni es frecuente que el líder de un partido, con la excepción de Rajoy, conozca con detalle las operaciones irregulares, aunque sepa que existen, pues esto queda en manos de fontaneros. Puede que Sánchez sufra el síndrome de la popular Ana Mato, quien nunca vio el Jaguar en su párking.
Contra la Justicia
A cada revés, Sánchez entra en fase de meditación, la última recluido en la Moncloa sin agenda pública. Pero no suele salir de tan sana terapia con respuestas convincentes, sino con nuevas invectivas contra la oposición. Mientras tanto, Bolaños está produciendo aceleradamente una reforma, a la húngara, para minar aún más la independencia judicial. Una respuesta habitual en estos casos: también el ministro de Justicia de Rajoy, Ruiz Gallardón, intentó un golpe de estas características con gran y justificado escándalo, entonces, de los socialistas. Nadie tiene un plan, ni siquiera el PP, que es al que en esta fase correspondería proponerlo, para intentar acabar con la rueda infinita: Naseiro (PP) / Filesa (PSOE) / Gürtel (PP) / Eres (PSOE) / Bárcenas (PP) / Cerdán y Cía (PSOE).
En vez de diseñar una batería de medidas anticorrupción, unos y otros responden siempre con iniciativas para maniatar a los jueces, poner las instrucciones en manos de la Fiscalía y, como ha hecho Sánchez, rebajar las penas en los casos de malversación, creando así un círculo de inmunidad para la clase política, todo lo cual conduce a la reincidencia.
¿Y si cae Sánchez? Esto no ocurrirá, creen algunos dirigentes socialistas que no han querido verlas venir. Pero si cae, como esta vez es probable, no hay Plan B.
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