Opinión | Tribuna libre

Ilustradoras

Actualmente usan la imagen como una voz propia para explorar el cuerpo, la identidad, la memoria, el feminismo y la vida cotidiana, ideas que obviamente antes no podían expresar

Una de las escenas oníricas de la joven ilustradora murciana María Ñíguez.

Una de las escenas oníricas de la joven ilustradora murciana María Ñíguez. / l.o.

En una era como la que estamos viviendo, donde la tecnología nos devora de manera imparable, resulta curioso cómo las nuevas generaciones de artistas parecen apostar, cada vez más, por medios expresivos que caminan al margen de esa revolución de lo digital. Y es que el mundo del arte siempre ha seguido su propio camino, su manera de enfrentarse al entorno no se mide con las mismas pautas que otros ámbitos de la sociedad. Cualquier elemento nuevo necesita en este sector seguir unos procesos de introducción, asimilación, evolución y finalmente aceptación. Algo así como un espacio de tiempo necesario para encontrar su lugar de forma natural y conseguir sostenerse en el tiempo. 

En las artes plásticas la pintura siempre ha sido la disciplina más valorada mientras que otros medios como el dibujo históricamente fueron considerados artes menores. La ilustración por ejemplo permanecía más cercana al entorno del cómic, lo editorial o infantil que a lo pictórico, algo de poco valor para coleccionistas y profesionales.

Pues bien, como os decía, estos últimos años he observado cómo ha surgido una especie de movimiento de jóvenes artistas que, alejados de esa revolución tecnológica, han apostado por todas aquellas disciplinas infravaloradas dándoles renovado lugar. No sé si este fenómeno es un acto consciente por su parte o quizás sea porque encuentren en estos medios un soporte más afín a sus vidas, un espacio de conexión generacional que quizás no les de la pintura, donde les resulte más fácil contar aquello que desean; pero bueno, ya sabéis aquello de ¡los artistas son unos rebeldes!, así que quién sabe.

Hace más dos décadas que en Estados Unidos comenzaron a darse las primeras pinceladas de esta nueva tendencia donde no sólo aparecieron infinidad de artistas dedicados a ilustración sino que además un buen número de galerías comenzaron a centrarse casi exclusivamente en estas pequeñas creaciones. Y digo pequeñas porque la mayoría de estos ilustradores trabajan en reducidos formatos que no suelen sobrepasar los 40 centímetros. 

Estamos en una época que vuelve a valorar lo pequeño. Son muchos los espacios privados que solo exhiben obras de pequeño formato, algo que creo el coleccionista en cierta medida agradece y le da un poco de alegría al sector ventas, cosa que tampoco viene nada mal; sin olvidar que además se posibilita que el coleccionismo sea accesible a todos los públicos ya que los precios suelen ir en consonancia con el tamaño.

En este nuevo contexto fue para mi una sorpresa descubrir hace poco el talento de una joven ilustradora murciana, María Ñíguez (1997), ejemplo perfecto de esta nueva jerarquía artística donde lo pequeño se convierte en grande. Algo que siempre me ha atraído del arte es su capacidad para contar historias, transmitir pensamientos o proponer ideas, y eso fue precisamente lo primero que me atrajo del arte de esta ilustradora.

En el imaginario popular siempre se ha dicho que los hijos beben de lo que les enseñan los padres, y María ha bebido mucho arte, ésa ha sido su suerte: su madre Rosa Vivanco y su padre Paco Ñíguez, artistas profesionales que no sólo le han contagiado su pasión, se adivina también una cierta influencia estética con pequeños matices de ambos.

La ilustración es esa gran desconocida para la mayoría del público. A principios del siglo XX, en España comenzó a profesionalizarse, las primeras mujeres ilustradoras como Lola Anglada tocaban temas relacionados con la infancia sobre todo por esa finalidad editorial enfocada para niños y jóvenes. Otras optaron por el entorno de la moda, el caso de Amparo Brime, incluso las hubo que aportaron un toque irónico con sus escenas, como Viera Sparza.

Actualmente, las ilustradoras contemporáneas usan la imagen como una voz propia para explorar el cuerpo, la identidad, la memoria, el feminismo y la vida cotidiana, ideas que obviamente antes no podían expresar. 

En el caso de María Ñíguez, y en el de otras jóvenes creadoras, su discurso es totalmente emocional, existe una necesidad de contar desde dentro. Sus ilustraciones recrean escenas oníricas que se alejan del realismo para adentrarse en visiones grotescas de la realidad donde lo trágico y lo cómico sirven como excusa para tratar temas de su propia intimidad.

A lo largo de su trayectoria, la artista ha dado un protagonismo casi total a la figura femenina.

A lo largo de su trayectoria, la artista ha dado un protagonismo casi total a la figura femenina. / L.O.

 Con un protagonismo casi total de la figura femenina, cada una de sus obras bien podrían funcionar como una narración conjunta donde se adivina una cierta angustia y soledad de sus protagonistas, una especie de desasosiego vital por el amor y el desamor; todo ello desde una inspiración surrealista. Explora desde su experiencia pero también lleva al espectador a indagar en su yo interno, unas veces desde lo dramático, otras desde los erótico o sensual.

Hoy existe una rica diversidad de opciones, y todas las nuevas ilustradoras contemporáneas españolas tienen distintas maneras de enfrentarse al papel: Cinta Arribas, con su trazo infantil y salvaje; Cristina Daura, que mezcla cómic, surrealismo y diseño gráfico con una paleta saturada y provocadora; Carla Berrocal, que ha abordado desde la ilustración y la novela gráfica temas como la memoria histórica o la diversidad sexual; o Luna Pan, con sus dibujos introspectivos y simbólicos. 

Todas ellas comparten una convicción: la ilustración es una forma de pensar el mundo, de narrar lo personal y lo político desde una mirada propia. Lejos de los estereotipos del arte femenino como ‘decorativo’ o ‘ligero’, estas autoras demuestran que el dibujo puede ser tan punzante, complejo y profundo como cualquier otra disciplina artística. 

Como ya habréis comprobado, pequeño no siempre implica menos, muchas veces es sinónimo de más.

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