Opinión | +MUJERES
Envenenadoras

Representación de Giulia Tofana / L.O.
Era el arma perfecta para cometer crímenes: un aceite ‘curativo’ inodoro, insípido y transparente, que no dejaba rastro en los cuerpos y se podía dosificar durante días o meses para calcular la fecha en la que tenía que hacer el efecto final. Las víctimas, unas 600 aproximadamente, eran hombres casados, maridos impuestos y, en su mayoría, violentos, que morían aparentemente por causas naturales tras una indisposición que no parecía tan grave como para requerir la presencia de un médico. Las ejecutoras, 600 mujeres, aproximadamente, dispuestas a cometer un crimen que las libraría de un matrimonio opresivo.
En la Italia del siglo XVII, y más concretamente en Roma, se vive una época reaccionaria para la mujer; se dieron pasos atrás en sus derechos. El gobierno prohibió a las mujeres regentar un negocio ni ejercer profesión alguna; debían estar en casa y dedicarse a parir. Los matrimonios eran pactados y, en muchas ocasiones, los maridos doblaban o triplicaban la edad de sus esposas. La principal causa de mortalidad femenina eran las complicaciones en el parto y la violencia en el hogar.
La creadora del veneno y de la red de distribución era Giulia Toffana, quien se solidarizó, y lucró, con el sufrimiento de estas esposas infelices. La pócima, el ‘Aqua Toffana’, se vendía como cosmético o en frasquitos como ‘maná de San Nicolás de Bari’. Cuando fue arrestada, debido al chivatazo de una esposa con remordimientos, confesó, bajo tortura, haber matado a 600 hombres solo en Roma y en 18 años, pero el rastro de muertes inexplicables también se había dado en Palermo y Nápoles.
No solo fue Giulia la que se dedicó a estas actividades; años antes, su madre, Thofania d’Adamo, había sido ejecutada, y en 1659 lo fueron Giulia y su hija Girolama Spera, también en el negocio.
Obviamente, no todas las fuentes coinciden en los detalles como la fecha de su muerte, la forma en la que fue ejecutada y si fue ella o su madre quien inventó la pócima. Lo que sí se sabe con certeza es que el brebaje sobrevivió a sus creadoras, e incluso Mozart, al final de su vida, sospechaba que lo estaban envenenando con Aqua Toffana. En la actualidad, esta hipótesis está descartada.
La vida de la alquimista italiana se ha hecho últimamente más visible debido a la obra de teatro estrenada en el Festival de Almagro en 2022, con texto de Vanessa Montfort y ganadora del Premio Primavera de Novela este año por ‘La Toffana’.
Hay quienes consideran a Giulia Toffana la primera asesina en serie de la historia, pero las mujeres y el veneno ya tenían una larga relación antes de que las Toffanas entraran en escena; una relación que ya formaba parte de leyendas y de la literatura clásica donde encontramos magas y hechiceras que empleaban plantas venenosas para componer brebajes que tenían la virtud de inspirar amor u odio, resucitar o quitar la vida.
Eran mujeres con grandes conocimientos botánicos capaces de preparar pociones que podían acabar con la vida de cualquiera sin dejar trazas. Este es el caso de Locusta, de origen galo y que vio en la Roma del siglo I un mercado lleno de esposas engañadas, hijos impacientes por heredar y políticos envidiosos y ambiciosos. El historiador Tácito nos habla de ella como la envenenadora oficial de la dinastía Julia- Claudia, a la que pertenecieron Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de las ‘malísimas’ Agripina y Mesalina. Locusta, a la que se le concedió inmunidad y extensos territorios para cultivar las plantas que necesitaba, se convirtió en un instrumento de estado y en la primera asesina en serie de la historia. Se dice que envenenó a más de cuatrocientas personas.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, nos encontramos con ‘las malvadas brujas’, mujeres sanadoras que trabajaban para sus comunidades. Y cómo no nombrar a Lucrecia Borgia y su veneno favorito, la cantarella, que según la leyenda llevaba siempre en un anillo diseñado expresamente para esconder pequeñas dosis.
También en la corte del Rey Sol hubo famosas envenenadoras, como Catherine Deshayes, La Voisin, quien como Toffana tenía unos conocimientos excepcionales en medicina, plantas y ungüentos. Tras ser torturada despiadadamente, confesó no solo los asesinatos con el uso de veneno, sino también haber practicado abortos, sacrificar recién nacidos, practicar magia negra y ritos satánicos. Como no podía ser de otro modo, murió en la hoguera.
Pero, dicen, que a envenenadora nadie gana a Marie Madeleine d’Aubray, quien envenenó a su propia familia: padre, hermanos e hija. Hay quienes le otorgan el título de primera envenenadora en serie de la historia, aunque hablamos del siglo XVII.
El mito de la mujer envenenadora se extendió a lo largo del siglo XIX, con el desarrollo de la criminología y la toxicología y al amparo de una prensa morbosa y sensacionalista.
Envenenadoras es el título del libro de la farmacéutica y criminóloga Marisol Donis, quien analiza en detalle casi cincuenta casos de la historia reciente.
La identificación mujer-veneno sigue en la actualidad plenamente vigente. Persiste el patrón de mujeres perversas envenenadoras, no solo en relatos y fábulas, sino también en textos académicos. Sin embargo, los estudios recientes demuestran que el veneno es un recurso criminal empleado igualmente por mujeres y hombres
La historia, que ha olvidado la mayoría de las grandes aportaciones de las mujeres en todos los ámbitos, ha conseguido que estas mujeres hayan sobrevivido vehiculando así ideas misóginas y perpetuando estereotipos de género que siglos de patriarcado han impuesto sobre los hechos históricos.
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