Opinión | Pasado a limpio

Navegar de ceñida

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa, en la sede del PSOE de la calle Ferraz, a 16 de junio de 2025, en Madrid (España).

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa, en la sede del PSOE de la calle Ferraz, a 16 de junio de 2025, en Madrid (España). / Alejandro Martínez Vélez - Europa Press

Las corrupciones

Jesús Torbado ganó el premio Alfaguara de 1966 con Las corrupciones, novela existencialista y tremendamente pesimista. La búsqueda de la propia identidad y la autenticidad van dejando un rastro de desilusiones y de abandonos, descomposiciones personales que el autor tituló corrupciones. El trasfondo es la España de los sesenta, donde la iglesia y el Estado se confundían en una cohibición constante y opresiva.

A los sesenta años de aquellos 60, algunos monstruos siguen apareciendo tras las puertas, en la umbría. Las debilidades humanas siguen siendo las mismas que las de nuestros antepasados. La imagen del hombre bueno por naturaleza que nos retrata Rousseau no está libre de perversiones infinitas. El mismo Rousseau, en sus Confesiones, parece retractarse de la bondad innata.

Las revelaciones del informe de la UCO sobre el caso Koldo y compañía no son sino muestras de esas perversiones que invitan a desconfiar de quienes gestionan lo público. Nada nuevo bajo el sol, dirían algunos contribuyendo a la falacia de igualar a todos. Los inmorales nos han igualao, dice el tango Cambalache de Santos Discépolo, aunque sabemos que no es lo mismo un burro que un gran profesor, ni el que vive de las minas (las mujeres), el que mata o el que cura o está fuera de la ley.

En la España franquista, las corrupciones públicas se ocultaban. Quienes financiaron la sublevación fueron copiosamente recompensados por un Estado dadivoso donde el cohecho era moneda tan corriente como la peseta. Grandes empresas que cotizan en el IBEX acumularon su capital con los favores y prebendas del régimen franquista. Hasta Emilio Romero, director de Pueblo y falangista de viejo cuño, decía que la derecha tiene que mentir porque defiende los intereses de doscientas familias y eso no da votos suficientes. La derecha se escandaliza con las mordidas de Koldo, Ábalos y Cerdán, pero no reconoce las de Bárcenas y la Gürtel, que multiplican por 100 las desveladas por la UCO. Desgraciadamente, sólo es el enésimo caso. El pecado ajeno no exculpa ni excusa el propio.

Navegación de bolina

Gobierno es un término importado del argot marinero. Antes que la dirección política de la nación, gobernar era pilotar una embarcación. La primera forma de navegar fue el remo, incluso cuando la vela demostró su utilidad. Fue necesario un paso más para trazar derrotas más atrevidas. La navegación de bolina, ciñendo al viento o hacia barlovento pudo empezar con el uso de la vela latina y se empezó a perfeccionar con las carabelas españolas y portuguesas, que combinaban velas cuadradas y triangulares.

Volviendo a la política, hay que reconocer a Pedro Sánchez cierta capacidad para bolinear. Primero contra su propio partido cuando fue destituido de la secretaría general por no facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Ya en la Moncloa, tuvo que lidiar la pandemia de la covid; luego, un proceso de elevada inflación por una crisis de abastecimiento de materias primas a la que siguió otra financiera. Sin olvidar la guerra de Ucrania. Y cuando Europa ralentiza su crecimiento económico como consecuencia de las anteriores crisis y el anuncio de aranceles de Trump, España crece por encima de la media. El apaciguamiento del separatismo catalán suele atribuirse a la ley de amnistía, pero ha agitado el nacionalismo españolista y elevado la tensión política a niveles desconocidos. Su gobierno se enfrenta a varios procesos judiciales críticos que afectan a su entorno más personal. Sin contar la inquina con que se le califica desde la ley de amnistía, con injurias jamás escuchadas en nuestra democracia, pero que demuestran un exhaustivo conocimiento del castellano que no imaginaría Pancracio Celdrán, autor del Diccionario General de Insultos.

En la comparecencia del lunes, Pedro Sánchez dice que tiene que tomar el timón. Ergo, gobernar. Navegar de ceñida en un país de tradición marinera y con medallistas olímpicos en vela, no es una habilidad extraña, sino un conocimiento básico del medio. Ello no es óbice para reconocer la pericia marinera en mar muy gruesa o arbolada.

Sánchez tiene ante sí la fragilidad de algunos apoyos parlamentarios, la crispación de una parte de la sociedad, no sólo de los sectores más conservadores; y, después del informe de la UCO, no un temporal, sino una tormenta perfecta.

Convocar elecciones es su potestad y hacerlo ahora sería un suicidio político, por lo que hemos de colegir que es su privilegio. Tampoco le vale someterse a una cuestión de competencia en la que podría ser vilipendiado incluso por sus propios socios.

Sabemos que George Clooney y Mark Wahlberg no pudieron sobrevivir a su Tormenta perfecta (dirigida por Wolfgang Petersen en 2000). Para no naufragar en ésta, Pedro Sánchez tendría que resurgir como un estadista propio de otros tiempos y eso exige dotes por demostrar. Su ventaja frente al líder de la oposición es que Feijoo, a pesar de pasearse en barco con el narco Marcial Dorado, no parece tener mucha pericia en otra cosa que no sea la espada ropera, un arma frecuentemente escondida. Entiéndase bien, el insulto y la descalificación no es propia de un caballero español.

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