Opinión | Las horas

Todos los libros

90.000 títulos al año, en un país como España, es exactamente como suena, una barbaridad

Erasmo de Rotterdam dejó dicho que era el último hombre que había leído todos los libros. Nació en 1466, solo dieciséis años después de que Johannes Gutenberg inventase en 1440 la imprenta de tipos móviles, y tuvo la perspicacia suficiente para darse cuenta de que con aquella innovación tecnológica se produciría tanto que llegaría a ser inabarcable, como de hecho pronto lo fue y lo sigue siendo. Los últimos datos señalan que en España se publican 90.000 títulos al año. Haciendo una cuenta sencilla (la única que está a mi alcance), eso da unos doscientos cuarenta y seis libros al día, unos diez a la hora. Descorazona pensarlo.

Noventa mil títulos al año, en un país como España, en el que el índice de lectura no llega meñique, es exactamente como suena, una barbaridad, acaso una locura. Dicen los que dicen saber de esto que esa sobreproducción responde a una estrategia concreta, la de publicar mucho para que haya más posibilidades de acertar con un libro que tenga mucho éxito y con los ingresos que produzca amortiguar las pérdidas que dan el resto. Acaso será verdad, porque lo absurdo siempre tuvo mucho acomodo en el mundo.

En la alta madrugada, a esas horas en que siempre estoy despierto mientras el mundo duerme, esas horas de tinieblas en las que la casa respira despacio y la luz no ha llegado aún para construir de nuevo el mundo, en contra de lo razonable yo maquino mis poemas, algún proyecto de cuento, esa novela que llevo años escribiendo y que no termina de encontrar su pulso, ese latido que la hará vivir, lo cual no impide que lo siga buscando.

Y aunque sé que son muy escasas las posibilidades de que te lea alguien, habida cuenta la superpoblación de títulos, la feroz competencia para ganar algún premio y para que te haga caso alguna editorial, para que te diseñen una portada que no te provoque ganas de esconderte, del cada vez más horrible trámite de tener que ir por esos mundos de dios presentando tu libro, hablando de tu libro, explicando tu libro, a pesar de todo eso, sigo perpetrando poemas, cuentos, novelas, porque no sé hacer otra cosa.

Como alguna vez he contado, en mi familia éramos pobres con libros. Aprendí a leer muy temprano y desde entonces no he hecho otra cosa que leer y escribir. Y alguna vez intuí algo inexplicable oculto en alguna parte, algo necesario, esencial, y lo busco en las palabras y con las palabras. Trovar, en casi todas las lenguas romances, significa buscar. Yo trovo. Es a lo más que alcanzo. Luego espero que alguien, entre esa inmensa montaña de noventa mil libros, encuentre uno mío y, al leerlo, entablemos esa conversación que nos hará cercanos. Y entonces, contra todo pronóstico, habrá ocurrido el milagro que justifica toda esta locura.

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