Opinión | El retrovisor

Altos vuelos

Murcia y su Mar Menor ocupan, con toda seguridad, un hueco en la memoria y el corazón del rey

Don Felipe y su instructor de vuelo pilotando un C101. 1988.

Don Felipe y su instructor de vuelo pilotando un C101. 1988. / Archivo TLM

Gastaba en aquel curso de la Academia General del Aire de 1987/88 el entonces príncipe de Asturias los diecinueve hermosos, fecundos y vigorosos abriles. En la academia hizo grandes amigos, de esos que duran toda una vida. Cuentan sus allegados de esos años que el hoy rey disfrutaba contando el chiste de ‘Fuensantica’; una chica muy mona, de buena familia, que contrajo matrimonio con un novio de postín. Era tan tímida que su timidez le hacía aparecer como insociable y huraña, por lo que su suegro quiso mantener unas palabras con la sosa Fuensantica… No les contaré el final sin el permiso real, aquí lo dejo.

Don Felipe disfrutó de las noches del sábado en la movida ochentera murciana. En las crónicas quedó registrada aquella anécdota del exboxeador, metido a portero de bar de tapas para hambrientos a deshora, frente al cine Teatro Circo, cuando el príncipe y sus compañeros trataban de calmar los estómagos en la madrugada. Al portero del bar le sonaba la cara de don Felipe sin llegar a recordar quién era, así que, sin dudarlo, le preguntó sin miramientos: «¿A qué te dedicas ahora?». La pregunta quedó sin respuesta para el cronista, seguramente no estaría exenta de gracia. Desde entonces, Murcia y su Mar Menor ocupan, con toda seguridad, un hueco en la memoria y el corazón del rey.

Don Felipe (izq)  tras un vuelo de instrucción junto a dos compañeros y su monitor, el capitán Guillermo Quintanilla. 1988.

Don Felipe (izq) tras un vuelo de instrucción junto a dos compañeros y su monitor, el capitán Guillermo Quintanilla. 1988. / Archivo TLM

El príncipe voló solo, y lo hizo bien. Su monitor de vuelo fue el entonces capitán Guillermo Quintanilla, el que un día me manifestó: «Don Felipe, si hubiera sido aviador, habría sido un piloto de caza de los de primera línea». «Es el mejor alumno que he tenido, y he tenido muchos en el ejército».

Don Felipe venía de pasar por las otras academias y tardó un trimestre en elegir a sus amigos. Se relacionaba con todos sus compañeros y jugaba al fútbol, aunque no le gustaba, o al baloncesto, porque era alto. Imprescindibles fueron los bocadillos reales a media mañana. Sé de su predilección por los modestos bocatas de revuelto de tomate con huevos y pimientos verdes, de los que me habló el insigne de los fogones Raimundo González Frutos.

Don Felipecomenta con su monitor las incidencias del vuelo.1988.

Don Felipecomenta con su monitor las incidencias del vuelo.1988. / Archivo TLM

Cuenta en su libro Los Príncipes el periodista murciano Emilio Oliva que el rey Juan Carlos quiso que su hijo hiciese la ‘suelta’, la que supone volar solo, siempre y cuando estuviera preparado. Don Juan Carlos no pudo hacerla, porque Franco no lo consideró conveniente, y el rey tenía especial interés en que su hijo sí la hiciera.

«El día anterior al vuelo en solitario de Don Felipe -narra el entonces capitán Quintanilla- ocurrió una desgracia: un compañero de su promoción, Héctor Haya, murió en un vuelo de prácticas. Fue un golpe brutal para el príncipe, que supo mantener la compostura mientras volábamos, al mismo tiempo que sucedía la tragedia, siendo suspendidos los vuelos de las ‘Mentor’ mientras se investigaba el accidente, retrasando por ello la ‘suelta’ del príncipe».

La formación de vuelo pasó después por el C101, un reactor de instrucción conocido en el argot como ‘culopollo’. Profesor y alumno vivieron experiencias delicadas en la última fase del vuelo instrumental; en ella, el alumno ha de ponerse una capucha que sólo le permite ver los instrumentos del avión, no el exterior. Era un día nublado, recuerda Quintanilla.

Don Felipe el día de su ‘suelta’ en solitario pilotando un reactor ‘CASA101’ de fabricación española. 1988.

Don Felipe el día de su ‘suelta’ en solitario pilotando un reactor ‘CASA101’ de fabricación española. 1988. / Archivo TLM

«Resultó que en las nubes había hielo. Este avión poseía antihielos sólo en el motor. Los llevábamos puestos. Al terminar, hicimos una penetración de alta cota, que supone bajar en picado desde 20.000 pies para luego hacer una curva y aterrizar. Al hacer el picado, notamos un golpe, un ruido ensordecedor que nos acojonó. El avión parecía que iba a estallar. Le di al príncipe instrucciones para estar preparados para saltar. Estábamos encima del mar. En ningún momento don Felipe dio muestras de pánico ni un mal gesto de nerviosismo; siguió las instrucciones sin dudar. En tierra se comprobó que se había formado un hielo durísimo en el morro del avión. El asunto había sido grave. Lo celebramos dando cuenta de uno de los enormes y suculentos bocadillos que Don Felipe solía comer a media mañana».

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