Opinión | +MUJERES
Mujeres que defienden los mares y los océanos

La oceanógrafa Silvia Earle / A.P.
El pasado domingo, 8 de junio, se celebró el Día internacional de los Océanos. Esta fecha fue propuesta por primera vez en 1992 en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro como una manera de celebrar los océanos que comparten los países de mundo y nuestra relación personal con el mar, así como para crear conciencia sobre el papel crucial que desempeñan en nuestras vidas y las distintas maneras en que las personas pueden ayudar a protegerlos.
Como en otros ámbitos, la desigualdad de género también afecta al entorno marino, donde trabajadoras de la mar, investigadoras, activistas, cuidadoras del litoral y guardianas de saberes ancestrales, llevan a cabo labores y acciones para su conservación que son tanto silenciadas como apenas conocidas.
El ecofeminismo, como corriente de pensamiento y de acción, plantea que existe una relación directa entre la explotación de la naturaleza y la subordinación de las mujeres en las estructuras patriarcales. Esta intersección se hace aún más visible en los territorios costeros, donde el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de la Tierra sufren violencias similares: despojo, contaminación, invisibilización. Sin embargo, es también en estos márgenes donde germina la resistencia.
En los últimos años, mujeres de distintos rincones del mundo han liderado luchas por la defensa de los océanos frente a amenazas como la sobrepesca industrial, los vertidos plásticos, los megaproyectos turísticos o la minería submarina. Muchas de ellas lo hacen desde una mirada comunitaria y cuidadora, que reconoce la interdependencia entre los seres humanos y el mar, y valora los vínculos más allá del interés extractivista.
Una pionera en la defensa de los ecosistemas terrestres y los océanos fue Rachel Carson, especializada en oceanografía biológica, cuyo libro 'Primavera silenciosa 'sentó las bases para despertar el interés social tanto por la ciencia, que es necesaria para comprender lo que sucede en nuestro planeta, como por la situación presente y futura de la vida salvaje y su fragilidad frente al ser humano.
La oceanógrafa Sylvia Earle ha dedicado su vida a explorar y defender la vida marina. Su enfoque va más allá de la ciencia, insistiendo en la necesidad de generar empatía hacia los océanos, de visibilizar su belleza y su fragilidad, y de fomentar una cultura del cuidado hacia lo que no siempre vemos, pero de lo que dependemos absolutamente. Fue la primera persona en caminar por el fondo del mar a casi 400 metros de profundidad y, más tarde y junto al ingeniero Graham Hawkes, diseñaron un submarino con el que descenderían a más de 1.000 metros de profundidad, el sumergible Deep Rover. Además, fue la primera mujer científica jefe de la NOAA, una de las más prestigiosas instituciones para el estudio del océano, y fundó Mission Blue, una iniciativa cuyo objetivo es crear una red mundial de áreas marinas protegidas.
En contextos del sur global, las voces de mujeres indígenas y campesinas han puesto el cuerpo para defender sus costas. Así en Oaxaca, México, mujeres zapotecas han detenido proyectos de urbanización que amenazaban manglares y zonas de pesca artesanal, en Filipinas, comunidades de mujeres organizadas en torno a la pesca sostenible han generado sistemas de vigilancia comunitaria para proteger los arrecifes coralinos, y en el sur de la India, mujeres dalit y musulmanas han denunciado los efectos del cambio climático sobre sus medios de vida marinos, señalando que son ellas quienes primero sufren las consecuencias de la subida del nivel del mar o de la acidificación de los océanos.
En nuestra Región, la defensa del Mar Menor ha encontrado en mujeres activistas un pilar fundamental. Teresa Vicente, profesora de Filosofía del Derecho y directora de la Cátedra de Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza de la Universidad de Murcia, y galardonada con el Premio Goldman, el ‘Nobel del medio ambiente’, ha sido una figura clave en la lucha por dotar de derechos al Mar Menor a través de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP). Su trabajo ha impulsado el reconocimiento legal de este ecosistema como sujeto de derechos, entendiendo que protegerlo es también proteger la vida y la cultura de quienes habitan sus orillas. Ella representa ese ecofeminismo que se arraiga en el territorio, que combina conocimiento científico con compromiso social y que pone en el centro la justicia ambiental y de género como ejes inseparables.
Estas resistencias no suelen aparecer en los grandes medios, pero están cambiando el mundo. Porque no se limitan a protestar: muchas de estas mujeres están creando alternativas sostenibles, redes de cooperación, sistemas de conocimiento colectivo. No se trata solo de proteger la «naturaleza» como algo ajeno, sino de defender territorios que son cuerpos, historias y afectos.
En este sentido, el feminismo aporta una clave transformadora en la lucha por los océanos: nos invita a pasar del paradigma del control al del cuidado. A ver el mar no como una fuente inagotable de recursos, sino como un ecosistema vivo con el que estamos interconectadas. A reconocer que no hay transición ecológica posible sin escuchar a quienes llevan siglos sosteniendo la vida, muchas veces desde los márgenes.
Las políticas ambientales, en demasiadas ocasiones, siguen ignorando la dimensión de género. La falta de participación de mujeres en la gobernanza marina, la invisibilización de su papel en la pesca y la gestión costera, y la ausencia de perspectiva feminista en la conservación oceánica son barreras que deben derribarse con urgencia. Necesitamos una gobernanza marina que escuche otras voces, que valore otras formas de relación con el mar, que comprenda que la sostenibilidad no se logra solo con datos científicos, sino también con saberes situados y con justicia social.
Hoy, más que nunca, el océano necesita aliadas. Y las tiene. Desde los laboratorios hasta los puertos, desde las redes de activismo global hasta las comunidades locales, miles de mujeres siguen defendiendo nuestros mares, haciendo frente al oleaje de un sistema que depreda, pero también sembrando con cada gesto la semilla de un mar más justo, más sano y más libre. Porque cuidar el mar es también cuidarnos. En palabras de Silvia Earle: «Sin azul, no hay verde. Sin océano, no hay vida».
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