Opinión | El retrovisor

Cómo hemos cambiado

"La autonomía murciana nació castrada, al no querer o no saber exigir las fronteras del antiguo Reino de Murcia"

El Rey Don Juan Carlos I saluda al procurador en Cortés Ernesto Andrés Vázquez, en la entrega de despachos de la AGA de San Javier (1977).

El Rey Don Juan Carlos I saluda al procurador en Cortés Ernesto Andrés Vázquez, en la entrega de despachos de la AGA de San Javier (1977). / Archivo TLM

Fueron aquellos meses y años posteriores a la muerte de Franco cuando en España surgían los demócratas como hongos. Se buscaban méritos liberales en lo más hondo de las vivencias de cada cual, mientras que, en lo más profundo de los armarios, los que pelaron sus piernas en las marchas de campamento del Frente de Juventudes se apresuraban a ocultar las comprometidas camisas azul mahón.

Los partidos aparecían por doquier con todo tipo de siglas, colores y banderas. La Trapería era un hervidero de comentarios, de visitas ilustres de políticos en trance. Las calles aparecían empapeladas de pasquines, de pintadas y de carteles del enorme espectro político surgido gracias a Don Juan Carlos I, el gran artífice y promotor de la democracia española, y al flamante presidente Adolfo Suárez, que para tal fin tuvo a bien designar como jefe del gobierno. 

En el aire flotaba un ambiente mezcla de ilusión y de duda ante el porvenir. Mítines y charlas estaban al orden del día, mientras las pintadas del ‘Zorro Justiciero’ prometían a los murcianos en plan de coña, vino y mujeres. Recuerdo la estancia en Murcia de la figura ilustre del profesor Enrique Tierno Galván, para una charla en la Universidad de Murcia, de la que fuera profesor en otros días. Vino acompañando el líder del PSP, un más que servicial, por no decir pelota, José Bono, paradójicamente hoy, millonario impenitente que llena con su vida de lujo las páginas de las revistas del corazón.

También estuvo por aquí, en aquellos tiempos, Marcelino Camacho, vestido con su insustituible jersey de cuello proletario, bebiendo Mirinda como un poseso para saciar la sed de su boca reseca de tanto bla, bla, bla. Felipe González acudía a los mítines en la plaza de toros llevando como telonero a Alfonso Guerra, que hacía uso de una dialéctica agresiva, en un estudiado reparto de papeles. Adolfo Suárez paseaba por Belluga con el gobernador civil Federico Gallo, bien cebado gracias a las buenas manos de Raimundo González Frutos, en aquellos días preautonómicos, haciendo gala el de Ávila de su populismo y porte.

Aquel optimismo ante una España moderna, en paz y con trabajo, la pretendida España de las autonomías, se ha ido trasformando con el paso de los años en pesimismo puro y duro

Miguel López Guzmán

Se aprobaría en referéndum la Constitución y, posteriormente, en 1982, el Estatuto de Autonomía. Recuerdo que en los meses previos a la promulgación del Estatuto, el personal se preguntaba qué era aquello del Consejo Regional que presidía Pérez Crespo. El cargo de consejero era equiparado por muchos con el de conserje por falta de costumbre democrática. Las prisas nunca fueron buenas, y el afán de cambio sacó a relucir los viejos complejos de «la tonta del bote», apelativo creado por el periodista García Martínez al referirse a la Región de Murcia. En mi modesta opinión, la autonomía murciana nació castrada, al no querer o no saber exigir las fronteras del antiguo Reino de Murcia, incluida la Vega Baja del Segura, como hicieron otras Comunidades Autónomas. Se inventaron o se rescataron de la historia banderas autonómicas; todo era optimismo ante un futuro en convivencia de los españoles. 

Aquel optimismo ante una España moderna, en paz y con trabajo, la pretendida España de las autonomías, se ha ido trasformando con el paso de los años en pesimismo puro y duro. Del centralismo se ha pasado a un reino de taifas, que hubieran hecho las delicias de Valle Inclán, que apuran presupuestos con sueldazos para mantener toda una casta de funcionarios autonómicos, de cargos y de ministrillos con coche oficial que sacan pecho en la Villa y Corte y por las calles de su pueblo. Comunidades Autónomas de primera y segunda categoría y, lo que es peor, una insolidaridad entre regiones que se hace patente cada día más. El deterioro del Mar Menor, el agua imprescindible para la vida y la economía de pueblos y ciudades se niega o se encarece. En la papelera quedó aquel Plan Hidrológico Nacional que hubiera traído desde el río Ebro el agua a nuestras tierras resecas dando al traste con un problema secular, pese a las migajas que nos llegan del trasvase Tajo-Segura. El paro juvenil, la sanidad, la protección de la infancia y de los mayores, precisan de avances en ayudas sociales acordes con el bienestar de los murcianos. No nos debe invadir el pesimismo en los tiempos que corren, aunque el gobierno central se empeñe en marginar a Murcia. Nuestro joven presidente Fernando López Miras progresa adecuadamente en su cometido, y debemos confiar en un futuro prometedor para la Región. Nadie nos va a regalar nada y será el esfuerzo, el empeño y la sabiduría de los murcianos lo que nos ayude a alcanzar un futuro mejor para nuestros hijos. Feliz Día de la Región, pese a todo.

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