Opinión | Las fuerzas del mal
Inocencia continuada
El hombre del saco es una cara conocida las más de las veces. La estremecedora estadística es que los abusos infantiles son en su mayoría hacia el sexo contrario y provienen del círculo familiar o de amistad del menor. Quien esté en contra de esa educación es, o bien un abusador, o bien un cómplice —voluntario o involuntario— de ese abuso

Viktor Orbán, primer ministro de Hungría.
Ese odio cordial que otros llaman envidia sana lo siento cuando leo a Rubén García Martínez o a Rosa Palo coger una simple hebra de realidad y bailar con ella durante trescientas cincuenta, cuatrocientas palabras, y hacen de una columna un espacio íntimo. La cosa les queda tan bien como una canción agarrada, tan firme como un chotis bien plantado. Sus palabras se mecen quietas encima del café, cimbreando magistralmente el verbo, que se hace carne con un movimiento hipnótico.
Supongo que tomar como tema la repetición del verano o el nido de un mirlo te permite hacer de ese simple hecho el cabo de una trama con la que tejes un pequeño tapiz existencial, pero hay que saber hacerlo para que no te salga una redacción inane con la que te catearían sexto de EGB. Hay que saber escoger los hilos, claro, porque yo es que leo a Orbán decir que va a prohibir el Orgullo LGTBIQ+ en Budapest porque los niños, me lío con ese cabo que es un cable pelado y me electrocuto. Lógico que lo que me sale no es un baile íntimo, sino una patada voladora en las húngaras narices.
¡Ah! Es hermoso cómo la ultraderecha se preocupa de la infancia. «Es que hay que preservar su inocencia». Estoy de acuerdo: hay que preservar su inocencia y decirle a la infancia que nadie puede tocarlos sin su permiso. Las dos cosas pueden ser al mismo tiempo, puesto que la inocencia parece preservarse aunque le preguntes a una tierna infante si ya tiene novio. Así que, con la inocencia continuada, hay que enseñarles a que llamen las cosas por su nombre, sin eufemismos, para que si les tocan sepan decir, con ese candor, directamente, lo que les han tocado. Creo que es razonable activar esa defensa en los menores, que pasa también por no obligarles a dar el beso de rigor al tío José Manuel, si no quieren.
Las personas LGTBIQ+ sabemos perfectamente qué es ser vulnerable por desconocimiento. Las infancias LGTBIQ+ son doblemente desvalidas: primero, porque no saben; y segundo, porque, desde temprana edad, se les pone en la sospecha de que algo no va bien con ellos. Esa misma educación debería decirles que no hay nada malo, por ejemplo, en ser niño y jugar con muñecas o ser niña y gustarle el fútbol, y que las infancias trans existen. Por cierto, esa misma educación debería enseñarles a respetar a todo el mundo, a pesar de lo que oigan en la mesa a la hora de comer. ¿De dónde, si no, aprenden de un año para otro a decir que un niño es maricón tan solo porque se comporta de una determinada manera?
El hombre del saco es una cara conocida las más de las veces. La estremecedora estadística es que los abusos infantiles son en su mayoría hacia el sexo contrario y provienen del círculo familiar o de amistad del menor. Quien esté en contra de esa educación es, o bien un abusador, o bien un cómplice —voluntario o involuntario— de ese abuso, porque quien abusa quiere a los niños, a las niñas, a les niñes en silencio, y quien lo ayuda es un necio o un malvado.
Es, sin embargo, revelador que no discutamos de esto en la Región salvo para demonizar a las personas LGTBIQ+ y dejemos de acordarnos de los niños y adolescentes cuando haya que ejecutar un plan de sombraje para los colegios, o aliviar los niveles de pobreza infantil en los que somos líderes. También nos olvidamos de los niños para llamar menas a los adolescentes migrantes y expulsarlos, contra el criterio más razonable y la más básica decencia.
Pero luego, qué estupendo que es Orbán. Y lo bien que les financia.
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