Opinión | Allegro Agitato

Violinista y catedrático de Música de Cámara

Sucedió en la Capilla Sixtina

La muerte del pontífice inició un ritual que los que tenemos una cierta edad conocíamos perfectamente y cuyo primer acto concluyó con su entierro, en esta ocasión en Santa María la Mayor

El Juicio Final (detalle). 1536-1541. Michelangelo Buonarroti. Capilla Sixtina. Roma.

El Juicio Final (detalle). 1536-1541. Michelangelo Buonarroti. Capilla Sixtina. Roma.

El Lunes de Pascua fallecía el papa Francisco en la residencia de Santa Marta de Roma. Desde todos los rincones del mundo llegaron elogios unánimes, o casi unánimes, que destacaron su labor como párroco universal, siempre preocupado por los pobres, los desfavorecidos y los marginados. La muerte del pontífice inició un ritual que los que tenemos una cierta edad conocíamos perfectamente y cuyo primer acto concluyó con su entierro, en esta ocasión en Santa María la Mayor. A continuación, los cardenales electores se recluyeron para designar a su sucesor en uno de los espacios más asombrosos creados por el hombre a mayor gloria de Dios: la Capilla Sixtina

El renombre de este edificio, que se debe fundamentalmente a su espléndida decoración pictórica, ha hecho olvidar que Sixto IV, elegido papa en 1470, tuvo un papel fundamental en la realización de numerosas mejoras para la ciudad de Roma. Además, en el terreno musical creó el Colegio de Capellanes Cantores, la futura Cappella Musicale Pontificia Sistina, por la que pasarían músicos tan distinguidos como Dufay, Desprez, Cristóbal de Morales o Allegri. La historia que hoy les voy a contar tuvo lugar precisamente en la Capilla Sixtina, y unió al último de éstos con uno de los mayores genios de la historia de la música.

En la Semana Santa de 1770, un joven de catorce años, Wolfgang Amadeus Mozart, llegaba a Roma acompañado de su padre, Leopold, durante su primer viaje a Italia. Dentro del Oficio de Tinieblas que se celebraba en la madrugada del Jueves y del Sábado Santo, era costumbre que se interpretara el célebre Miserere de Gregorio Allegri, el último de los doce compuestos desde 1514 por autores como Francisco Guerrero, Palestrina o Giovanni Maria Nanino. Allegri vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII, y como compositor dominó tanto el stile antico, basado en la polifonía del Renacimiento, como el del primer Barroco. Allegri empleó dos coros que cantan a cappella, sin acompañamiento. Uno de ellos, de cuatro voces, interpreta una versión simple y el otro, de cinco y alejado del anterior, le responde con otra más elaborada. La tradición de componer estos misereres acabó en 1638, porque el de Allegri era tan bello que se creyó que nadie podría mejorarlo. Tan bello que Urbano VIII decretó pena de excomunión para quien sacara la partitura del Vaticano, motivo por el que sólo podía escucharse allí.  

En la noche del Miércoles Santo, padre e hijo asistieron a la interpretación del Miserere. El joven, tras volver a su alojamiento, lo escribió de memoria, algo asombroso, teniendo en cuenta que había escuchado esta obra tan compleja una única vez. Dos días más tarde, acudió de nuevo para corregir posibles errores con la partitura escondida. Pronto la hazaña fue conocida y Wolfgang no sólo no fue excomulgado, sino que el papa Clemente XIV, meses más tarde, le llamó a su presencia para felicitarle y nombrarle caballero de la prestigiosa Orden de la Espuela de Oro. Aunque esta historia puede ser cierta, es conocido que varios papas habían autorizado la realización de tres copias, y desconocemos si Mozart pudo haber visto previamente alguna de ellas. 

El emperador Leopoldo I se había sentido engañado cuando recibió la suya y la hizo ejecutar hacia 1683. El maestro de la capilla pontificia fue despedido y sólo pudo dar explicaciones gracias a la influencia de un cardenal. La copia era exacta al original, pero había una serie de procedimientos de interpretación, improvisaciones y adornos, que no estaban escritos para que tuvieran que contratar siempre a los mismos cantantes. El éxito del Miserere, por tanto, provenía no tanto de la obra compuesta por Allegri, sino de una tradición en su interpretación que era transmitida oralmente por los sucesivos cantores vaticanos, como la de subir la parte de tenor una octava para crear un efecto sobrecogedor en los oyentes. 

En junio 1770, Charles Burney emprendió un largo viaje por Italia y Francia. Coincidió con los Mozart en Bolonia, donde vivía el también compositor Giovanni Battista Martini, poseedor de otra de las copias. Burney lo publicó en 1771, tras regresar a Londres, pero no incluyó los añadidos que sí recogía la versión de Mozart. La exclusividad de la interpretación del Miserere en la Capilla Sixtina estaba rota, aunque no fue hasta 1840 cuando el sacerdote romano Pietro Alfieri, para preservar esta práctica interpretativa, incluyó la ornamentación. El Miserere de Allegri se cantó allí, casi sin interrupción, hasta 1870.

El pasado 8 de mayo, tras sólo dos días de cónclave, Roberto Prevost salía de la Capilla Sixtina investido como sucesor de San Pedro. Estoy seguro de que el Espíritu Santo y, sobre todo, la visión del Juicio Final de Miguel Ángel ayudaron a que los cardenales adoptaran tan pronto esta sabia decisión. 

Pocas semanas después, el director Riccardo Muti pedía en una entrevista la vuelta de los conciertos al Vaticano, casi desaparecidos desde tiempos de Ratzinger. Incluso, iba mucho más allá al reclamar que la Iglesia sustituyera los actuales cánticos de misa por el gregoriano y la música sacra del Renacimiento. Sin entrar en razones pastorales o teológicas, no es mi campo ni mi intención, y sólo desde el punto de vista estrictamente musical, no puedo estar más de acuerdo con Muti. Esperemos que a León XIV escuche sus ruegos. n

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