Opinión | La feliz gobernación

"Dimita usted, señor Sánchez" es el programa

Alberto Núñez Feijóo necesita un congreso para recomponerse, afinarse, para regresar al punto cero de cuando todavía parecía proyectar la impresión de líder útil. Pero donde quiera que vayas vas contigo mismo, y tal vez sea algo tarde para transfigurarse en alternativa arrebatadora, sobre todo si llevas a Mazón en la chepa

Ilustraciön Leonard Beard.

Ilustraciön Leonard Beard. / Leonard Beard

El poder desgasta, pero más la oposición. Desgasta tanto la oposición que su líder, si se descuida, acaba robotizado: «Dimita usted, señor Sánchez». Siempre y en todo lugar, tanto si la causa es importante como si es menor, si por la imputación de un próximo como por un whastsapp descuidado, haga frío o calor. «Dimita usted, señor Sánchez». Si lo ves en la tele del bar y el ruido no te deja escucharlo, le puedes leer los labios: «Dimita usted, señor Sánchez».

¿Y para qué urge tanto a Núñez Feijóo que dimita Sánchez si reconoce que no está preparado para un adelanto electoral, pues por si acaso ha convocado un congreso de su partido? Vale, que dimita Sánchez, pero que lo haga después del congreso del PP, pues de hacerlo antes pillaría a Feijóo en bragas.

Al borde de la caricatura

Puede que Sánchez esté machacado, pero lo miremos por donde lo miremos no otorgaremos al PP las causas de su desgaste. Son las propias contradicciones del presidente, el laberinto en que decidió meterse tras perder las elecciones de 2023, con socios devoradores, un entorno familiar y político aprovechategui y un equipo de meros activistas lo que lo pone en la picota. El PP se limita al subrayado, sin aportación alguna en positivo. Ni siquiera, véanse las encuestas más allá de las del CIS, ha conseguido construirse una imagen de mal menor, lo que observando el panorama sería lo mínimo. Su líder, que se estrenó intacto, con aura de pragmático, moderado y resolutivo ha encallado de tal manera que está al borde de la caricatura. Tanto es así que Sánchez, impotente para salir de las arenas movedizas, se recrea en la imposibilidad de los populares, lo que parece constituir su única alegría.

Feijóo necesita un congreso para recomponerse, afinarse, para regresar al punto cero de cuando todavía parecía proyectar la impresión de líder útil. Pero donde quiera que vayas vas contigo mismo, y tal vez sea algo tarde para transfigurarse en alternativa arrebatadora. Si a Sánchez le pesa su gestión, a Feijóo le pesa su oposición, y es dudoso que por mucha reinvención que se aplique en el congreso salga de él como niño con zapatos nuevos. Saldrá, ya me permito predecirlo, con la cantinela con la que entrará: «Dimita usted, señor Sánchez».

La carga de Mazón

Feijóo perdió la vez desde el minuto en que decidió apoyar a Carlos Mazón tras la dana de Valencia. En ese instante fulminó el capital ético acumulado frente a los desórdenes protagonizados por Sánchez. Si ocurre que las apelaciones a la dimisión de éste se basan en su tozudez al promover o consentir prácticas de ocultamiento o negación del error, el caso Mazón es el contrapunto exacto de esa misma actitud. A Dios rogando y con el mazo dando. Podemos suponer, por experiencia previa, que una gestión de Feijóo no sería muy diferente a la de Sánchez en los aspectos que aquél le reprocha.

Se puede entender que hacer caer a Mazón no es una solución sencilla, no tanto porque el presidente valenciano esté fortalecido por su aparato político, como por las consecuencias que esto tendría para la complicada búsqueda de un sucesor con un PP en minoría parlamentaria o por el arrastre a unas elecciones autonómicas anticipadas en una fase de especial sensibilidad de la amplia población afectada por la catástrofe. Se puede entender, digo, que el PP se resista a poner en riesgo su poder en una Comunidad tan importante, pero si acabamos aceptando este posibilismo, aceptaríamos también que el cálculo político se impone a lo que la buena política exige. ¿No es esto lo que, según el PP, hace Sánchez? Pues para eso ya tenemos a Sánchez.

Mantener la pieza Mazón pone en entredicho todo discurso regenerador con el que los populares quieran arrogarse. Para criticar a Sánchez se ha de partir de la credibilidad propia, y Feijóo ya no la tiene, dada su parálisis para afrontar con coherencia problemas graves entre sus apoyos políticos. Puede que, en el mejor de los casos, tenga planteado algún proyecto para poner jabón a una salida no traumática del presidente valenciano, pero siempre será tarde, pues no lo hizo cuando debiera, es decir, en el mismo instante en que el propio Mazón destituyó a su consejera de Emergencias. La ineptitud de ésta aparece probada, pero más evidente es el escaqueo de su jefe en las horas críticas. Si el apagón y el desastre ferroviario requieren, como parece lógico, responsabilidades al más alto nivel ¿cómo no debieran saldarse las correspondientes a la fatal inacción preventiva frente a una tormenta que se cobró el mayor número de víctimas de la historia reciente? Puede que al Gobierno central le alcancen también importantes desistimientos en la planificación de infraestructuras, pero para potenciar ese reproche se ha de empezar por saldar el precio político de las propias actuaciones. Sin esa premisa la credibilidad se pone en fuga.

Verlos venir

A los políticos, como a todo el mundo, se les ve venir en las pequeñas cosas. Ejemplo, Sánchez. Llegó al poder mediante una moción de censura contra la corrupción del Gobierno popular de Rajoy. Esto le obligaba a ser escrupuloso en sus primeros pasos, y lo fue. Nombró consejero de Cultura a Maxim Huerta, de quien al instante se supo que disponía de una empresa en la que depositiva sus ingresos para reducir su carga contributiva; duró veinticuatro horas en el cargo. Sobre la ministra de Sanidad, Carmen Montón, se publicó a los pocos meses que había falseado su currículo, y fue destituida de inmediato. Pero cuando se tuvo noticia de que el ministro de Ciencia, el astronauta Pedro Duque, disponía sus asuntos fiscales del mismo modo que Huerta no hubo reacción alguna. Con él empezaron las excepciones a la regla creada por el propio Sánchez, y tras una excepción viene otra, de manera que el camino hasta Begoña Gómez no es muy largo. Pero Sánchez ya estaba en el poder cuando se inició en la contradicción. Más grave parece que quien pretende desalojarlo por esa deriva incurra en ella desde la oposición.

Los políticos que practican lo mismo que reprochan al adversario no pueden aspirar a seducir a nadie más que a los incondicionales a ultranza o a quienes se muestren dispuestos a hacer la vista gorda. Excitar la polarización es el recurso más estimado para que el ruido y la estigmatización contribuyan a tapar las conductas equivalentes. Pongamos un caso flagrante: uno de los hilos de whastsapp entre Sánchez y Ábalos revelados esta semana se refiere a la instrumentación de una posible tránsfuga de Ciudadanos en las Cortes de Castilla y León para llevar a cabo con éxito una moción de censura contra el Gobierno del PP en aquella Comunidad. A la vez, el PSOE se desgañitaba en la Región de Murcia, y con toda razón, contra los tránsfugas de Ciudadanos que habían impedido que triunfara la moción de censura socialista contra López Miras. O sea, los tránsfugas son buenos si favorecen mis intereses, y malos si los del otro. No hay por donde cogerlo.

En este contexto de incoherencias, unas en la trastienda y otras en el escaparate, es inevitable sospechar que la ausencia de Núñez Feijóo en el pleno del Congreso de los Diputados en que se votaba el blindaje del Trasvase Tajo-Segura no obedecía a una inadvertencia, como han intentado justificar desde el PP, sino a una actitud calculada para no importunar a los populares castellanomanchegos. Y esto debiera hacer sentir la mosca detrás de la oreja al PP murciano, pues ya hay suficientes indicios de que Feijóo, y no por gallego sino por oficio, es de los que nadan y guardan la ropa.

En vía muerta

Entre Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno, Feijóo no es la tercera vía sino un líder incapaz de contener a Vox, como ha hecho la madrileña, pero también sin atraer a los votantes de centro, proclives en última instancia a refugiarse en el PSOE, corriente que ha sabido cortar el andaluz. El único cartucho con que parece contar Feijóo («Dimita usted, señor Sánchez») es el de la consunción del presidente del Gobierno por inanición propia. Pero si esto ocurriera es dudoso que el PP dispusiera del suficiente fuelle para posarse sin dificultades en el poder. Y ahí está la clave del fracaso: cuanto peor pinta Feijóo a Sánchez más evidencia sus limitaciones para sustituirlo. No se concibe que un presidente acorralado en tantos frentes no impulse al electorado a aliviarle la existencia volcando sus preferencias en la opción liberadora que le correspondería estar a las puertas. ¿Por qué ocurre esto? Tal vez porque a estas alturas Feijóo convoque más piedad que entusiasmo. Y porque si llevas a Mazón a coscoletas poca confianza puedes ofrecer acerca de un verdadero cambio sobre las prácticas endogámicas del sanchismo.

He escrito alguna vez que Feijóo es un político clásico del siglo XX al que las dinámicas del XXI lo dejan pasmado. Lo entiendo, porque a los veteranos nos pasa lo mismo. Pero si te atreves a intervenir en un mundo de caos e incertidumbre donde las reglas se ponen después de los hechos al menos has de ser tú mismo con todas las consecuencias. Y Feijóo no se reconoce, hasta el punto que necesita mirarse en un nuevo espejo que aspira a encontrar en el congreso de su partido. Pero con Mazón a la chepa lo más que puede ver reflejada es la risa de Sánchez.

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