Opinión | La balanza inmóvil
Malos, buenos y regulares
Me decía un amigo tratandte de la mente humana que la maldad existe; es poca en comparación con la bondad, pero existe
Me decía un amigo tratante de la mente humana... Pero de los que son de verdad, esto es, con carrera de medicina, experiencia y todo lo demás que se necesita para tratar con el intelecto, como sensibilidad, comprensión y serenidad. No era, pues, de los que leen las cartas, las tabas, los posos en el café o las cenizas de un puro. Tampoco es de los que se conectan con los espíritus del más allá para estafar al de más acá. Decía que me afirmaba ese amigo que la maldad existe. Es poca en comparación con la bondad, pero existe. Así que menos decir que está loco, que son las malas compañías, la droga, o la necesidad económica, o la sexual, que nada justifica lo que ha hecho. Es malo/a/e, simplemente, y no hay más que rascar. Dime sus características para que no me coja despistado, le pregunté. Pues son egoístas y narcisistas, además de vengativos. Y aunque sea un concepto subjetivo y ético el de maldad, siempre actúan de manera perjudicial, dañina o inmoral hacia los demás o a la sociedad en general: es una persona amoral, perversa, rufián, canalla o villana. No sigas, me hago una idea.
Y ¿los buenos, como son? Pues todo lo contrario a los malos. Desean lo mejor para los demás y actúan en consecuencia. Emiten confianza, empatía, humildad y gratitud. Acuérdate -me decía mi amigo experto en mentes- de Nelson Mandela, Luther King, Mahatma Gandhi o Teresa de Calcuta y verás como son las persona buenas.
Pero mi experiencia me dice que ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos, por eso debe de haber algo intermedio entre los buenos y los malos, ¿no? Sí, me contestó, los llamados regulares, que a veces son los peores, pensé yo. Explícate, le rogué. Me contestó que simplemente son aquellos que viven a costa de los demás. Bien sea por ser caraduras, jetas, sinvergüenzas, o simplemente porque se han agarrado a un puesto, y no lo sueltan ni aunque te llamen pájara, convirtiendo al otrora roble en junco. Los regulares suelen aprovecharse de los buenos y de los confiados. O sea, ¿son los que engañan? Sí, me dijo, pero no necesariamente lo veas solo desde el punto de vista jurídico de una estafa, porque los hay de todo tipo, no solo económicos, como el pobre hombre que ha denunciado y ha obtenido sentencia a su favor porque una estafadora del amor lo embaucó y le sacó hasta 71.000 euros, tras contestar a un anuncio que puso en la sección de contactos, donde decía textualmente: «Hombre cariñoso, honrado y sensible busca a una mujer interesada en una relación estable de pareja». El engañado unió -dice la sentencia- a su dependencia física, de silla de ruedas, otra emocional, y cada vez que la estafadora le pedía dinero, porque a su madre le había dado un ictus, a su padre tenía que internarlo en un hospital, o debía hacer reformas en su vivienda, dinero que le enviaba. Pero ¿éstos están más cerca de los malos que de los regulares?, le pregunté al doctor. Pues sí, me dijo, te diré los que son regulares de verdad: todos los demás, que ni son buenos ni son malos, incluidos los que se dejan querer, con tal de seguir en la pomada. O sea, los que no tienen de qué vivir si sueltan ese chupe y los que, aun teniendo otros ingresos, si dejan de trabajar allí, como se vive tan bien, pasan por carros y carretas y tragan todo lo que se les eche, con tal de no reconocer que ellos no son así, ni es lo que esperaban de la persona que les manda. Estos son, me dijo, los regulares sumisos interesados, como el tonto participativo en las fiestas, conciertos y ambientes multitudinarios. Son inofensivos, pero no son de fiar, porque si es necesario venden su alma al diablo, con tal de seguir disfrutando de prebendas, por eso no son malos sino regulares. No te puedes fiar de ellos ni un ápice, pues antes de que te des cuenta han cambiado de opinión y te la han clavado por la espalda, con tal de seguir en sus intereses. Nunca confíes en ellos, ni les pierdas de vista un instante, aunque solo sea para pedir un café en la barra de un bar, que te la hacen.
Muchas gracias, querido amigo, ya sé cómo debo andar con pies de plomo, para que no me tomen el pelo o por tonto, a pesar de mis años. Ni malos, ni regulares, me quedo con las personas buenas, que son la mayoría.
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