Opinión | Dulce jueves

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Desarmar las palabras

Resulta paradójico y triste que escuchemos con más atención al papa cuando ya no puede hablar

El papa León XIV en el balcón de la Basílica de San Pedro

El papa León XIV en el balcón de la Basílica de San Pedro / Stafano Spaziani / Europa Press

Concluido el cónclave, el papa ha desaparecido de los periódicos. Se publicaron más páginas sobre él en los días de su muerte que en todo el tiempo en que estuvo vivo recorriendo el mundo. En vida, sus palabras pasaban fugazmente por las portadas; en la muerte, se las rescata con devoción. Resulta paradójico y triste que escuchemos con más atención al papa cuando ya no puede hablar. Cuanto más presente estuvo, menos se lo escuchó. Lo celebramos póstumamente, pero mientras estuvo vivo y predicó en templos, plazas y campos de refugiados, apenas lo oímos. Durante su pontificado, Francisco visitó países en guerra, habló sobre el cambio climático, la pobreza, la migración, y aun así, la cobertura mediática fue episódica o superficial.

Se hizo de la muerte del papa y del cónclave un espectáculo mediático empaquetado en ediciones especiales, titulares solemnes, enviados especiales e indocumentados y tertulias con expertos de última hora. En contraste, su presencia viva —con sus discursos incómodos, sus desafíos morales o sus llamadas a la justicia social— rara vez logró hacerse un hueco en la agenda informativa. Mientras estuvo aquí, su palabra fue a menudo reducida a anécdotas sacadas de contexto, sin que el periodismo asumiera el reto de profundizar en su mensaje.

Los medios permanecieron ciegos al mensaje profundo, atrapados en la superficie, en el ritual, en el color, en lo espectacular del Vaticano, esclavos de una cultura basada en el impacto momentáneo en lugar de en la reflexión, el ruido frente a la escucha, el olvido rápido antes que el compromiso sostenido en el tiempo. Entre el sentimentalismo y la indiferencia, no hay espacio para el pensamiento; entre la inmediatez y la superficialidad, no hay tiempo para la acción. No debe sorprender que, obsesionados con la competencia por la atención, los medios centraran sus elogios a Francisco en su talante de comunicador, pero desconectado de la seriedad de sus mensajes.

Y junto a la espectacularización, la distorsión ideológica de unos medios afectados de propaganda. Ni siquiera la elección del nuevo papa escapó a su visión polarizadora de conservadores contra progresistas. Con su narrativa enfrentada, los medios proyectaron una división que decía más sobre su mirada que sobre la realidad de lo que informaban. Contra esa mirada belicista de los medios se ha pronunciado León XIV en una audiencia con periodistas de todo el mundo. «No cedamos nunca a la mediocridad», les ha dicho. Como si las guerras empezaran con las palabras, el papa ha recordado la importancia de la comunicación para tender puentes, descubrir lo que nos une por encima de ideologías y sectarismos. Aprovechó el encuentro para hablar de la responsabilidad personal de cada periodista. «Las palabras que usan y el estilo que adoptan son importantes. Desarmemos la comunicación de todo prejuicio, resentimiento, fanatismo y odio, purifiquémosla de la agresividad. No necesitamos una comunicación atronadora y muscular, sino una comunicación capaz de escuchar, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la Tierra».

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