Opinión | Pan para hoy

Fernando Vera

Queridos negros

Afortunadamente, nos separa de los ángeles la capacidad de enmendar nuestros errores

Alejandro Sawa.

Alejandro Sawa. / La Opinión

«Estamos a 30 de abril cumplido. Mañana entra mayo, de flores vestido». Las letras de estas coplillas están ya algo marchitas catorce días después, pero me han hecho recordar que con mayo no entran solo las flores a María, sino los exámenes de la Universidad, ese atrio iniciático de la vida adulta en cuyo fango ando sumido. Lo cierto es que ya he pasado por aquí antes y tampoco es para tanto, debo ser fiel al dramatismo que habitualmente emborrona esta columna. Fácilmente sería todo compaginable si fuera yo algo más previsor.

El otro día le expuse a un buen amigo esta inquietud conciliatoria y me ofreció una alternativa más sencilla que ética: hacerme de negro. De negro, dice la RAE: «Persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios». Evidentemente, la expresión habla de un pasado tan oscuro como el color de aquellos hombres privados de libertad, pero el castellano no lo he inventado yo, por lo que les ruego que me eximan de cualquier culpa.

Me acordé de Alejandro Sawa, escritor sevillano a quien conocí gracias a Las máscaras del héroe, donde De Prada retrata brillantemente el Madrid de la bohemia. Allí descubrí yo el santoral de literatos malditos, con Pedro Luis de Gálvez a la cabeza, cuyas luces descuellan desconcertantemente entre la bruma de sus sombras. Pero volvamos a Sawa. Resulta que Rubén Darío le confía en 1905 la escritura de unos artículos para un diario bonaerense. Por lo visto, el nicaragüense se hizo de sueco y no pagó. Los últimos años de su vida los pasó Alejandro Sawa buscando el dinero para editar Iluminaciones en la sombra, publicada solo después de su muerte. Tras el triste suceso, Valle-Inclán carteaba así a Darío: «He llorado delante del muerto por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. […] Tuvo el fin de un rey de tragedia: murió loco, ciego y furioso». Afortunadamente, nos separa de los ángeles la capacidad de enmendar nuestros errores y Rubén Darío financió la publicación de aquella obra, cuyo prólogo escribió sin ayuda externa aparente.

Queridos negros, fuste anónimo de glorias ajenas, solo la noche conoce vuestros desvelos por engrandecer otro nombre. Solo vosotros sabéis qué siente un creador cuando se alaba a su criatura y se omite a su hacedor. Y aunque vuestra pluma no rubrique lo que alumbra, aunque las jóvenes musas no os requieran de amores, vuestro es el talento. Hoy escribo a vuestra salud. Quizá mañana sea uno de vosotros.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents