Opinión
Juan Ballester
Javier Castillo Fernández: los dos valores de un archivo

Javier Castillo Fernández / Juan Ballester
Aunque recuerdo perfectamente la sensación de placidez que experimenté al entrar por vez primera en el edificio del Archivo General de la Región de Murcia (un edificio inaugurado en el año 2005 y basado en el proyecto del equipo de arquitectos de Juan Antonio Molina), debo confesar que me sigue sucediendo cada vez que lo vuelvo a hacer: es como un entrar o salir amortiguado, como un pasar del todo a la nada, o viceversa, sin sentir el choque del brusco contraste. Esa especie de ‘calle techada’ que te recibe, o de ‘hogareña avenida’ que te despide, hacen de ese lugar una especie de limbo terrenal. Y si, encima, llega uno a visitar alguna de las magníficas exposiciones documentales que allí se exhiben y, además, te marchas con un catálogo en las manos, pues apaga y vámonos.
Nuestro retratado de hoy es Javier Castillo Fernández, actual director del Archivo, aunque, para hablar de Javier, necesariamente debe uno citar, no solo este magnífico edificio que lo cobija, sino también a su anterior director, nuestro querido amigo Rafael Fresneda. Y no por nada en concreto que pueda servir de comparación entre la labor de uno y otro, pues ya sabemos a estas alturas de nuestra vida que no existe nada mejor o peor en cuanto a la marcha de la administración se refiere, sino únicamente el presente. Eso de las comparaciones, normalmente encaminadas hacia lo negativo, sólo vienen de la nostálgica mente del jubilado, ayudada, claro está, por esa sensación que experimentamos los humanos relacionada con lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Así que, Javier, si para hablar hoy de ti cito a Rafa, no es para calificaros o compararos, sino que es para poder ‘retratarte’ a mi manera, o sea, para autorretratarme a través de tu presente como responsable directo del Archivo.
Recientemente hemos quedado un par de veces para tratar alguna idea que llevamos entre manos. Una vez que se pasa el control ‘aduanero’ a mitad de la calle y te avisan de mi presencia, me reúno contigo, como antes lo hacía con Rafa, solo que con una diferencia muy importante: él previamente abrillantaba sus ojos, se adelantaba, te proponía, te preguntaba, te cargaba de folletos y recomendaciones… en una palabra, se ponía los guantes y te preparaba como para poder clasificarte y meterte en alguno de aquellos legajos que visten las paredes del edificio. Tú, en cambio, esperas pacientemente que te saquemos de tu estantería en la primera planta, observas atento cómo se te maneja y difuminas suavemente tu mirada mientras te auscultamos.
Evidentemente Rafa es un archivero puro, alguien que busca para clasificar, mientras que tú eres ese valioso documento que espera impertérrito su momento para informar. Son las dos caras de una misma moneda, de un mismo valor.
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